jueves, 18 de abril de 2013

RÉQUIEM POR EL COMERCIO GRANADINO


A las 11:30 de la mañana, la calle Mesones está muy concurrida de gente, aunque la mayoría son mujeres que van de compras, o algún funcionario despistado que viene de tomar café, o puede que algún mozo de cuerda que lleva unos paquetes en un antiguo carrillo de mano. La mañana se presta a dar un garbeo, pues luce un sol primaveral después tantos días de frío, nubarrones y chubascos. Sin querer, uno se fija en un folio que está pegado en la cristalera de unos almacenes. Poca cosa. Nada del otro mundo. Se ve que es un aviso a los clientes. Dice así: “Las Américas: las prendas pendientes de recoger, serán entregadas en la portería de la calle Portón de Tejeiro, número… Perdonen las molestias. Gracias”.


La persiana metálica de la puerta de entrada a los almacenes está echada y, cuando miro hacia el interior, a través del vidrio, el alma se me viene a los pies. Donde hace unos días había un tradicional establecimiento de ropa y de géneros de punto –a veces te lo encontrabas atiborrado de gente–, ahora ves un gran salón vacío: antiguos maniquíes de mujer han quedado allí de pie, como si los hubieran olvidado, pero ellos parece que se han erigido en los guardianes  del negocio; unas cuantas cajas vacías de sábanas y mantelerías, cajones de madera, pequeños cristales apilados en un rincón, multitud de perchas desparramadas por el suelo y unos grandes carteles amarillos, donde se anuncia “Todo al 50%”. Mejor hubiera sido poner: “Todos a la calle”. Al fondo, y pegadas a la pared, hay unas estanterías de cristal vacías, donde no hace mucho estarían a rebosar de jerséis y de pantalones; y los mostradores, donde los dependientes atendían amablemente al público, están prácticamente desmantelados.


En el techo de escayola destacan los huecos de las luces, pues se han llevado hasta las bombillas. En fin, el panorama es desolador. Entretanto, la lotera ciega, que está sentada a la puerta de los almacenes Las Américas, parece ajena a todo esto, mientras va pregonando la suerte: “Vendo iguales para hoy, que tengo el 36 para esta noche… ¡Vamos, que hoy es el Día de la Mujer Trabajadora! Tengo un ‘premillo’ para esta noche…”. Dos músicos sudamericanos acaban de ponerse en la esquina de enfrente, con un acordeón y un violín. ¡A ver, hay que comer todos los días! Entonces la cosa se anima: es una música pachanguera, embriagadora y rítmica, que le sube los ánimos al personal que pasea a estas horas de la mañana por la tradicional calle del comercio de Granada (antiguamente, de los mesones).
 El local cerrado, la ciega pregonando los iguales y la banda del tirirí animando la soleada mañana es sin duda una estampa del mejor Fellini. El pequeño comercio tiene los días contados y, desgraciadamente, está cerrando el negocio y echando las persianas, en medio de la indiferencia general, debido a lo que han dado en llamar la globalización, que algunos confunden con el tío de los globos. Pero ya verá usted como de aquí a poco los chinos ponen una tienda familiar, donde lo mismo le venden unos zapatos que una camisa a cuadros, o un jarrillo de porcelana. Baratísimos. A precios sin igual. Y tan baratos, que hasta los confeccionan los presos condenados a trabajos forzados en las cárceles chinas. En unos años, han pasado del top manta a adueñarse del comercio textil y del calzado mundial: ‘Todo a cien’. Pero por cada comercio granadino que cierra –y ya van unos centenares–, se abre un bazar chino o árabe. Y si no, dense una vuelta por la Calderería, por la calle Elvira o bien por el Polígono de los Ogíjares, donde han entrado a saco.


Pero anímense, pues, según los entendidos y economistas, con la globalización los precios serán más competitivos y todos tendremos mayor poder adquisitivo y, asimismo, los granadinos nos dedicaremos a venderles claveles a los guiris. Recuerdo que en Las Américas me compré una cazadora y algunas prendas de vestir. Pero, ahora, en medio del reguero de parados que va dejando el cierre de estas históricas y tradicionales empresas, estamos asistiendo, sin duda, a los funerales del pequeño comercio granadino. Se ruega una oración por su alma.

  
Posdata: este artículo salió publicado el 15 de marzo de 2006, en La Opinión de Granada.

Carta abierta al presidente de la Federación Provincial del Comercio de Granada, y Vicepresidente de la Confederación Empresarial de Comercio de Andalucía

En primer lugar, gracias por su atenta Carta abierta que me dirigió al periódico La Opinión de Granada, el día 17, en respuesta a mi artículo de días anteriores, Réquiem por el comercio granadino. Como usted comprenderá, yo no exageraba nada, es más, creo que me quedaba corto en lo que escribí: “El pequeño comercio tiene los días contados y, desgraciadamente, está cerrando el negocio y echando las persianas, en medio de la indiferencia general, debido a lo que han dado en llamar la globalización (…) Pero por cada comercio granadino que cierra –y ya van unos centenares–, se abre un bazar chino o árabe. Y si no, dense una vuelta por la Calderería, por la calle Elvira o bien por el Polígono de los Ogíjares, donde han entrado a saco”. ¿Acaso no es cierto que la Unión Europea tuvo que frenar hace unos meses las exportaciones textiles chinas, por la sencilla razón de que estaban hundiendo con sus bajos precios el mercado europeo? ¿Acaso no es cierto que ya han hundido la industria del calzado español, y todos recordamos los violentos sucesos de Alcoy? Primero se cargan la competencia, y luego imponen sus precios. China es ya la quinta potencia mundial.


Sin embargo, usted mismo reconoce en su carta que es “cierto que cierran establecimientos comerciales, más de los que quisiéramos reconocer” (se le olvidó decir cuántos centenares de empresas granadinas han tenido que cerrar, mientras se abren bazares chinos y árabes por doquier), y que “no estamos para lanzar cohetes, nos gustaría que la situación fuese menos difícil, pero eso no es, de ninguna manera, para cantar un réquiem”. Finalmente, señalaba que “los comerciantes ni siquiera pensamos en arrojar la toalla”. Les animo a que sigan luchando, y yo estaré con ustedes en esa lucha desigual. Precisamente, mi artículo era una llamada de atención a los granadinos y a la Administración para que, entre todos, intentemos salvar al pequeño comerciante, que bien poco puede hacer frente a la avalancha de precios más baratos y de sueldos mucho más bajos.

  
Y no diga, en referencia a mi artículo, que “se hacen afirmaciones y se lanzan mensajes que duelen a quienes desde hace muchos años venimos luchando para hacer frente a las continuas amenazas…”. A mí me duele la cruda realidad que está pasando –y que vemos todos: las cifras de cierres salieron en la prensa–, pero silenciando o tapando el tema, o bien, como usted afirma “con atención personalizada, experiencia en las ventas, atractivos escaparates…”, no va a conseguir que, bastantes de aquellos a quienes representa, echen las persianas al negocio. Por ese camino, mucho me temo que no vamos a vender ni una escoba. Ya lo anunciaba en la tele Camps, aquel empresario valenciano: “Busque, compare y, si  encuentra algo mejor, cómprelo”.

Nota: No he conservado la carta del presidente de la Federación Provincial del Comercio de Granada, mientras que mi carta salió publicada el 19 de marzo. A partir del 2008 vino la crisis que padecemos y ya vemos cómo está el comercio granadino. En las rebajas de enero apenas hubo ventas, a pesar de los grandes descuentos. Me comentó la propietaria de un comercio, de la calle Mesones, que no se notaron las ventas y la afluencia de público era escasa por esos días. Y si nos damos una vuelta por el centro de Granada, los carteles de se vende, se alquila  y se traspasa, lo dicen todo. Señalar que, más de la mitad del comercio de las provincias de Madrid y Barcelona, lo tienen los chinos, que utilizan a España como plataforma para introducirse en el mercado de la Unión Europea.

Copio un dramático resumen de AndalucíaNoticias, del 30 de enero pasado:

“El pequeño comercio granadino experimentó entre un 35 y un 40% de caída en sus ventas en 2012 y ya acumula 30 meses consecutivos de descensos, una circunstancia que extiende el pesimismo entre los comerciantes y les sitúa en un momento “crítico”, agravado incluso en determinados sectores. La Federación Provincial de Comercio de Granada hace un balance “bastante regular” del año pasado, en el que la caída de las ventas fue incluso superior a la media nacional (situada en el 25%). En algunos sectores, como el de los muebles o la decoración, las ventas llegaron a descender hasta un 50%, lo que la federación de comerciantes achacan a la caída en el sector de la vivienda. En líneas generales, los comerciantes explican esta situación en la crisis económica, que ha provocado desconfianza en los consumidores. El incremento del paro, la reducción de créditos bancarios a los empresarios, la supresión de la paga extra a los funcionarios, el incremento del IVA, el elevado endeudamiento de las familias y la “falta de medidas estructurales y financieras eficaces” por parte de la Administración son los factores que han provocado esta “crítica” situación del comercio granadino.

“SITUACIÓN LÍMITE”

Los comerciantes se han visto obligados a reducir sus márgenes comerciales para poder ofrecer una oferta más atractiva al consumidor, vendiendo incluso al coste del producto, según explica el presidente de la Federación, Enrique Oviedo, que ha reconocido que el sector padece una “situación límite”.
En 2012, hasta 70 establecimientos asociados a la federación de comerciantes cerraron sus puertas como consecuencia de la crisis. Algunos empresarios, incluso, tuvieron que adelantar el momento de su jubilación y clausurar sus negocios".

martes, 2 de abril de 2013

CASTRIL EN UNA PEÑA









 
  
A las ocho de la mañana del 7 de diciembre pasado, una delgada capa de niebla se extendía por la vega de Galera. Pero ya venía amaneciendo por Orce y el día se presentaba bueno. Por la cuesta del Obispo, antes de entrar a Huéscar, unos impasibles cuervos, posados en las desnudas ramas del viejo olmo, esperaban el sol de la mañana como agua de mayo. Pero,  conforme avanza el vehículo por la carretera que va a Castril, me doy cuenta de que el paisaje y la perspectiva son otros: el cerro de Jabalcón, ataviado de marrón oscuro, se yergue solitario en el Altiplano como una vieja fortaleza. Su nombre rememora la huella de los moriscos por estas tierras mientras ofrece un fuerte contraste con el albor de Sierra Nevada, que se extiende a sus espaldas. A lo lejos, por el Este, se divisa la sierra de Periate con un fondo oscuro. En cambio la sierra de Marmolance se alza altiva a mi derecha, formando unos pintorescos tajos rojizos, por donde se asoman a veces las nevadas crestas de la sierra castrileña.

De pronto, tras un monte, se impone con toda su belleza y esplendor la Sagra –siera sagrada–, que aparece cubierta con un manto de nieve; y a sus pies, el pantano de San Clemente debe de andar a estas horas en profundas tinieblas. Al bajar la cuesta de entrada a Castril, se oyen varear los olivos y las sonoras voces de las mujeres; y una red se extiende hasta la mitad de la carretera. Entonces, me acuerdo del maño aquel que decía: “¡Sopla, sopla, que como no te apartes tú!”. Las hermosas aceitunas negras han engordado con las abundantes lluvias de estos días, y amanecen colgando con una gota de rocío, mientras que el trasiego de los todoterrenos es incesante. Desde el mirador de la entrada, la vista que se ofrece al forastero es la bella estampa de un pueblo serrano y fronterizo, pegado allí, junto al cerro sagrado: con sus blancas casas de tejados ocres, dispuestas a modo de cajones escalonados en la ladera, y con sus verdes huertas y arboledas. Y arriba, coronando la peña, la imagen del Corazón de Jesús bendiciendo los campos. Más no se puede pedir.

Cuando entro en la recoleta plaza del Carmen, unos hombres disfrutan del tibio sol del otoño. Pero cuando me asomo a la baranda de la plaza, un viento frío se deja caer de la serranía, dándote una bofetada en la cara. El trágico aullido de un cerdo se eleva por el valle como pidiendo justicia: es la plegaria del marrano. Me decido a entrar en el bar de Emilio y le pregunto: “¿Quién ha escrito esas frases en los azulejos de la fachada?”. “¡Ha sido mi hijo!”, me dice un tanto orgulloso. Al salir me entretengo en copiarlas: “Este café abrió sus puertas en el año 1951, el mismo día que se inauguraba la imagen del Sagrado Corazón. Éste es el homenaje de sus amigos y también el recuerdo de otras tabernas que sólo viven en la memoria. La de ‘Crisol’, la de la tía Marciana, ‘el Sacristán’, ‘el Abuelillo’, la de Antonia ‘la Lejía’, de María ‘la Triguita’, la del ‘Chato’, la de Salvador Penena, la de Matías ‘el Chapao’, la de ‘Naranjero’, Ciriaco y el tío Tunillo, la de la María Juana, de Francisco Vargas, de Rafael ‘el de la Romana’, la de..., ya sabes. Si bebes para olvidar, paga antes de empezar”.

 En la fachada de la iglesia –la Puerta del sol– del otrora castro romano, destaca un reloj de sol y, en grandes letras negras y casi ilegibles, se pone en conocimiento de los parroquianos: “Se prohíbe jugar a la pelota”. Todo es antiguo y tiene un sabor añejo en Castril de los Vidrios, resguardado entre sierras como La Puebla: a causa de este aislamiento secular, ha sabido conservar sus raíces y tradiciones. Sin embargo, sorprende que el olivar se extienda sobre un manto de hierba, mientras que en Jaén sólo se ven olivos –por eso el paisaje jaenero es tan triste–. En cambio, aquí el valle aparece pintado de verde olivo y verde hierba, por donde discurre el cauce plateado del río Castril, con sus aguas bravas y rumorosas.
 
 En el estanco, charlo con Mari y de paso compro el periódico. Son más de las 10:30 de la mañana y todavía algunos diarios no habían llegado: son las cosas de los municipios perdidos en medio de la geografía andaluza. Luego voy a ver a María Martínez Ramón –hermana del cura José María, el cual ejerció de párroco después de la guerra–, pero el día anterior tuvieron que ingresarla en el Hospital de Baza. “Tiene 89 años y está bastante fastidiada. ¡Y con esta edad...!”, me dice su marido Luis, un tanto preocupado. Desde que llegué, unos nubarrones negros están posados por cima de la sierra, sin embargo luce un sol esplendente y los paisajes de esta zona no dejan de asombrar. Cuando salgo del pueblo, sobre las 12:30 de la mañana, observo a centenares de buitres sobrevolando el cielo azul. Las aves vienen de las montañas del Oeste, donde tienen las buitreras, pero al poco se lanzan en picado sobre una rambla. Me monto en el coche y bajo por un camino de barro: allí veo el insólito espectáculo de las bandadas de buitres volando en círculo y casi a ras de tierra. Si hubiera visto a los cazas F-16, no me hubieran impresionado tanto. Desde la almazara, contemplo el pueblo por última vez: está pegado a la peña, que se alza como un telón de fondo sobre el horizonte; y más parece que estoy viendo una catedral de color leonado, semejante a la Sagrada Familia de Barcelona.
¡Pero, ya sabes, forastero! Si te acercas por allí, no te olvides de ir a Castril.


 Posdata: este artículo fue publicado en Ideal de Granada, el 17 de enero de 2004