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Hace ocho años saludé a Jesús Roldán Calvente, el antiguo abad del Sacromonte. Iba paseando por la calle de San Juan de Dios y no lo veía desde 1970, cuando me concedió una matrícula de honor en Filosofía de 6º, en el Ave María. Entonces, no podía imaginar la lucha titánica que libraba aquel canónigo alto y afable, con gafas oscuras, y menos aún que iba escribir unas líneas sobre él. En una entrevista que le hizo Amina Nasser, en abril de 1985, Jesús, el ‘limosnero permanente’, confesaba: “La abadía posee todas las posibilidades para continuar cumpliendo sus fines culturales, sociales y religiosos. Su historia es la historia del Sacromonte, el barrio que nació a la sombra de la abadía, y si prescindimos de la historia del Sacromonte, prescindimos de buena parte de la historia de Granada… Quiero mantener el patrimonio que me han dejado, si puedo, con honor y dignidad”. Entre sus proyectos estaban la reapertura del colegio, del museo, del archivo y de la biblioteca, con 24.000 volúmenes: demasiadas cosas para este defensor incansable, que vio tantas promesas incumplidas.
Pero le faltó hasta lo más necesario para vivir con dignidad por lo que, en 1999, advirtió al Consejo de Gobierno del Arzobispado: “Vivo permanentemente en la abadía solo (desde 1977 hasta 1981), sin servidumbre, sin agua potable…; si ocurre un fuego intencionado o fortuito, se producirá una verdadera hecatombe; por consiguiente salvo toda mi responsabilidad”. El 21 de septiembre de 2000, todos los granadinos contemplamos atónitos cómo ardía el colegio San Dionisio Areopagita, y recuerdo que la columna de humo se veía desde la Vega de Granada. Aquí estudiaron el escritor y diplomático Juan Valera, el poeta Antonio Machado, Pepe Isbert, aquel actor cascarrabias, el padre Andrés Manjón y su alumno el obispo Medina Olmos, y tantos otros. En sus tiempos de esplendor, fue un Seminario donde se estudiaba Filosofía y Teología, y también fue Facultad de Derecho (Civil y Eclesiástico).
La abadía fue declarada monumento histórico-artístico en 1979, y es un espectáculo contemplarla desde la Silla del Moro y desde los montes de El Fargue. Desde la abadía – envuelta en la niebla, con las cruces de piedra y los arcos de la entrada– se divisa el Valle de Valparaíso, y la magnífica vista que tiene de la Alhambra, con Granada al fondo. Pero desde que ocurrió el incendio, hace nueve años, el colegio se encuentra en ruinas (pues el artesonado era de madera), cual si fuera el antiguo Alcázar de Toledo. La Asociación de Antiguos Alumnos del Sacromonte se ha quejado de la falta de información del arzobispo, sobre su posible reconstrucción y el destino que se le va a dar, así como que no los recibe a pesar de que le solicitaron una entrevista en varias ocasiones. Muchos piensan que, si el cardenal Antonio Cañizares estuviera en Granada, las cosas irían de otro modo. También hay que decir que, si le ocurriera algo a la abadía de Montserrat, los catalanes no iban a permanecer indiferentes, como nos ocurre a los granadinos. Hace falta un convenio, o una mayor colaboración, entre el Arzobispado y la Delegación de Cultura. Otra solución sería ceder el colegio San Dionisio a una empresa pública o privada y, de esta manera, la abadía se podría financiar sin necesidad de estar mendigando limosnas a la Administración.
Mi agradecimiento a Federico Labouiss Monllor, porque me ha animado a escribir este artículo sobre la abadía. Precisamente, el 25 de enero pronunció en la abadía el tradicional ‘Pregón del Costalero’, del que entresaco este párrafo: “El próximo domingo, Granada subirá de nuevo al Sacromonte, es la ocasión del reencuentro, los granadinos gozarán de las delicias de Valparaíso, las autoridades y el pueblo se lamentarán de su abandono…, para exclamar ¡qué maravilla!, ¡qué lástima!, ¡hay que hacer algo! Cuando se van las luces de la tarde y el silencio se apodera del contorno, la abadía se queda en la región del olvido administrativo más absoluto”. Manda la tradición que, el día uno de febrero, los granadinos asoman como una riada por la cuesta del Chapiz, cruzan el barrio del Sacromonte y suben las Siete Cuestas hasta llegar a la abadía. Van a la romería para honrar a San Cecilio, el patrón de Granada, y para comerse las habas y las ‘salaíllas’ en medio de festejos. Pero en el colegio todo es ruina, desolación y abandono, mientras estamos tirando por la borda cuatro siglos de historia. La extensa entrevista finalizaba con este mensaje de Jesús Roldán: “… ningún granadino y, por supuesto, las autoridades, debe permitir que una institución de esta categoría desaparezca lentamente por olvido o por indiferencia”. En 1999, al antiguo abad le concedieron la Medalla de Oro de la Ciudad de Granada, y en el 2006 falleció a la edad de 95 años.
Posdata: Este artículo fue publicado en La Opinión de Granada, el 1 de febrero de 2009. El 8 de febrero, Ideal le dedica casi una página a la Abadía, con este titular: “Resurge la idea de convertir el Colegio de la Abadía del Sacromonte en hospedería”, y describe la historia del colegio. Hoy, cuatro años después, las cosas siguen prácticamente igual.
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