¡Oh, Poe!, si te dijera que la Humanidad admira precisamente a los miserables como tú, Kafka o Van Gogh, no me creerías. ¡Pero así de caprichosos somos los humanos! Con su cara aniñada –pues era inseguro, melancólico e inestable, debido quizá a su orfandad–, nos recuerda nuestros recuerdos: “... pero nuestros pensamientos eran lentos y marchitos, / nuestros recuerdos eran traidores y marchitos”, escribe en esa maravilla, surgida del fondo de la noche, como es ‘Ulalume’. Él estaba sin dinero, como casi siempre, mientras que su esposa Virginia –se casó con apenas trece años– se iba consumiendo poco a poco y, en la única carta que se conserva, Poe le confiesa: “Mi corazón, mi querida Virginia... hubiera perdido yo todo coraje si no fuera por ti. Eres mi mayor y mi único estímulo para batallar contra esta vida inconciliable, insatisfactoria e ingrata”. En 1845 publicó su poema ‘El cuervo’, que le abrió las puertas de la fama y, con el tiempo, se convirtió en uno de los más memorables de la poesía de todos los tiempos: “... dile a esta pobre alma cargada de angustia, si en el lejano Edén podrá abrazar a una joven santificada a quien los ángeles llaman Leonor, abrazar a una preciosa y radiante doncella a quien los ángeles llaman Leonor”. El cuervo dijo: “Nevermore” (nunca más).
En sus cuentos entremezcla los ambientes de misterio y de terror, y los personajes más sombríos junto a sus alucinaciones y obsesiones personales. Los amigos del escritor recordarían cómo iba en el cortejo fúnebre –Virginia murió en 1847–: envuelto en su vieja capa de cadete, con la que abrigaba la cama de ella durante los últimos meses de su enfermedad. En 1849, Poe publica ‘Annabel Lee’, una visión poética de su vida junto a su esposa y prima carnal: “Yo era un niño y ella una niña, en un reino a orillas del mar”, escribe transido de dolor. Ese halo de misterio y de leyenda, que despedía el cuervo de Poe, ejercía cierta atracción sobre las mujeres, y así lo definía Mary Devereaux, una joven vecina que estaba enamorada de él: “... cabello oscuro, casi negro, que usaba muy largo y peinado hacia atrás como los estudiantes. Los ojos, grandes y luminosos, grises y penetrantes. Miraba de manera triste y melancólica. Era sumamente delgado...”.
En los años noventa, tuve conocimiento de que un extraño fenómeno ocurría en el cementerio de Baltimore: cada 19 de enero, aprovechando la oscuridad de la noche, una sombra se deslizaba hasta llegar a la tumba donde reposan los restos de Allan Poe, su mujer Virginia Clemm y su tía María. Y a la mañana siguiente, sobre la fría piedra, aparecían como por ensalmo tres rosas y media botella de coñac. Esto ha venido sucediendo puntualmente desde 1949, en que una misteriosa silueta rendía homenaje al más triste y maldito de los poetas norteamericanos. Logré encontrar fotos de la tumba de Poe: un monolito rematado con una hornacina, donde se aprecia un cuervo en relieve. También pude ver al misterioso personaje, que fue sorprendido de espaldas, mientras depositaba rosas en la tumba del poeta, durante la noche. Esta foto salió publicada en la revista ‘Life’, en julio de 1990. En el 2008, más de 150 personas se congregaron fuera del cementerio, pero el desconocido se escabulló una vez más. Sin embargo, el 19 de enero de 2010, en el 201 aniversario del nacimiento del poeta, no tuvo lugar la acostumbrada ofrenda ante su tumba
Los admiradores del poeta bautizaron a este personaje como ‘el brindador de Poe’ (The Poe toaster), y ahora se encuentran sorprendidos de que, por primera vez en sesenta años, ha faltado a su puntual cita. Según el diario británico ‘The Guardian’, unas treinta personas estuvieron esperando durante la noche, junto a la sepultura, a que hiciera acto de presencia el brindador. El periódico ‘The Baltimore Sun’ opina que el admirador de Poe no ha acudido a la cita porque posiblemente haya muerto, mientras que los seguidores del poeta hacen cábalas con la fecha del bicentenario de su nacimiento, que tuvo lugar el pasado año. El nombre que más está sonando en Baltimore es el de David Franks, de 61 años, un conocido poeta de la zona que se había ganado la fama de bromista y que murió una semana antes del aniversario.
Jeff Jerone, el responsable de la casa-museo de Poe en Baltimore, ha vigilado el lugar cada año durante esta fecha y asegura haber visto a un individuo con abrigo negro, bufanda blanca y un sombrero de ala ancha que llegaba de madrugada, pero hace ya tres años que no lo ha visto, manteniendo así el misterio. Esto dijo en enero del pasado año. Edgar Allan Poe murió el 7 de octubre de 1849, en Baltimore, cuando contaba apenas cuarenta años de edad, después de estar tres días desaparecido y vistiendo una ropa que no era suya. Aunque nunca se aclaró la causa, ya que él decía no recordar nada de lo que le había sucedido durante ese tiempo, Poe padecía diversos síntomas asociados con su alcoholismo y depresión, además de una frágil salud. En 2006 le dediqué un artículo en La Opinión de Granada y, en 2010, le dediqué otro en Granada Sostenible. El 16 de enero de 2009, falleció mi tía y el 18 de enero de este año murió la madre de mi mujer. No sé si serán coincidencias o casualidades, pero yo estaba pendiente de esta fecha para dedicarle el artículo al olvidado y querido Poe. He leído algunos comentarios sobre los turistas que visitan el cementerio de Baltimore y ninguno menciona la tumba del escritor, mientras comentan a algunos famosos del lugar enterrados allí.
Maestro, la fama te fue esquiva, enorme el sufrimiento, tardía e injusta la gloria, que cabe en la pequeña figura del cuervo que preside tu tumba. En 1849, E. Hennequin lo describió así, unos meses antes de morir: “Sonreía poco y no reía nunca. Su mirada era clara y triste. Su voz, tan baja, que parecía resonar desde muy lejos”. Y cuando estaba ya moribundo en la cama, Poe, en su desgracia, preguntó: “Quiero saber si hay esperanza para un miserable como yo”. Pero, como le dijeran que estaba muy grave, se despidió del mundo con estas palabras: “Que Dios ayude a mi pobre alma”. Lo triste es que ya no está el poeta que depositaba en la tumba de Poe tres rosas y media botella de coñac.
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