Dedicado a Berta Tarifa, una albaicinera generosa
Resulta que el muchacho había robado una
motocicleta y algunos vecinos lo habían visto pasar como una exhalación por las
calles. Sin embargo, el juez trató de ganárselo empleando cierta dosis de
filosofía: Si todo lo que haces es correr
como un loco, jamás apreciarás cuán hermosa es la naturaleza, le dijo al
joven alocado, mientras lo condenaba
a asociarse al club local de caminantes durante un año. En otra ocasión, se le
presentó el caso de una niña que había robado dulces, y el castigo no pudo ser
más insólito: Cada semana, tienes que
regalar una tableta de chocolate a un orfanato. Seguro que a la muchacha se
le quitaron las ganas de robar chocolatinas, pero al magistrado tampoco le sentaron
bien los dulces: desde entonces, en el pueblo le endilgaron el mote de el Juez de Chocolate. El caso es
que, antes de cada juicio, el juez Holzschuh se preocupaba de conocer al
acusado: le preguntaba sobre los libros que leía, las aficiones que tenía
o las cosas que le interesaban. Y con estos datos, buscaba la manera de
aplicar un correctivo adecuado al delito que había cometido. Lejos del rigor
del frío código.
A un
aprendiz de panadero, que robó una pequeña suma de dinero a su patrón, lo
condenó a preparar una buena hornada de buñuelos de Pascua, para los niños del
hospital. ¡Hala! Otro joven de 17 años, que estaba empleado en un periódico,
fue arrestado por perturbar el orden en una manifestación del Partido
Comunista. Esta vez el juez le impuso leer un libro cada mes, así como a
enviarle un resumen del mismo. A otros dos amiguetes, que robaron sendas
motocicletas, los obligó a suscribirse durante un año a una revista especial
para penados. Y cada mes debían de llevarlas a la prisión de Darmstadt: Cada vez que vayáis a la cárcel, pensad en
lo terrible que sería si aquellas puertas se cerraran detrás de vosotros,
les advirtió a los chavales. Con estas sabias sentencias logró reducir la
delincuencia juvenil en un 40%, por lo que los alemanes más respetuosos le
aplicaron el título de Salomón de Darmstadt. Sin embargo, esta es
la única descripción que nos ha quedado de él: El juez de Distrito, Karl Holzschuh, es un hombre bondadoso, de 47 años
de edad, con una orla de pelo rubio alrededor de la cabeza calva.
Pero 70 años después de estas
sentencias humanitarias, la Justicia sigue adoleciendo de los mismos defectos. Personas
que cometen un delito, de homicidio, lesiones, narcotráfico… y al poco tiempo
el juez correspondiente los pone en libertad. Se cuenta el caso de un juez
africano, que tenía la fea costumbre de preguntarle siempre a los acusados: Y tú, ¿de quién eres hijo? Y cuando
respondían a sus preguntas, el juez del poblado abría el cajón de su mesa donde
aseguran que guardaba dos varas de medir. Las mismas que ya denunciaba en
el siglo XV, el filósofo Tomás Moro, amigo de Erasmo de Rotterdam, en su
novela Utopía. Recuerdo a
aquel juez pequeño, Luis Lerga, que juzgó al empresario Ruiz-Mateos por el caso
Rumasa. Corría el año de 1982 y el
ex presidente Adolfo Suárez (falleció hace unos años) andaba entre
su nuevo partido el CDS, su bufete de abogado y unos marcadores electrónicos
que trajo para el Mundial de Fútbol de España. Pero un día, el juez Lerga lo
saludó en la calle y de paso le recordó: Cuando uno ha sido presidente de Gobierno, forma ya parte de la
historia de España y debe de dejarse de ciertos negocios. Suárez no se
esperaba aquella andanada, pero le dijo al juez que tenía un partido político y
necesitaba sacarlo adelante... Hay que recordar que el magistrado del
Juzgado de Menores, de Granada, Emilio Calatayud, es conocido porque sus
sentencias también se basan en los trabajos sociales y en la educación.
Uno se ha
enterado de la misericordia del
juez de Distrito alemán, Karl Holzschuh, porque Berta –hija de Rafael
Tarifa, que tenía una librería de viejo en la calle Elvira, adonde acudía
cargado de libros en su bicicleta la
Camiona, en los años ochenta –, me regaló unas revistas de Selecciones del Reader’s Digest, del año
1954, y estos días de verano las he hojeado por encima. Como homenaje y
reconocimiento a la labor humanitaria del citado juez y a su buen hacer –impartía
una justicia con rostro humano, precisamente en aquellos tiempos de la
posguerra, donde sólo cabía la represión–ha quedado el testimonio casi anónimo
en una página del Reader’s. Sin
embargo, no se sabe nada más del Juez
de Chocolate, que hoy tendría ciento un años, pero me conformo con
rescatarlo del pasado para dedicarle este humilde artículo. Con excepción de los criminales auténticos –decía
este juez ejemplar–, la mayoría de los
delincuentes jóvenes han sufrido un desvío y debe dárseles la oportunidad de
realizar un bien, que se relacione con el mal que hicieron. Fue un
adelantado de su tiempo y al leer sus frases uno no puede evitar acordarse de
Concepción Arenal (1820-1893), que denunció la situación de las
cárceles de hombres y mujeres (por lo que fue nombrada Visitadora de
Prisiones), la miseria en las casas de salud o la mendicidad y la
condición de la mujer en el siglo XIX. Así como de la abogada y
política, Victoria Kent, que fue
directora general de Prisiones, durante la II República, y que falleció en el
exilio. Hoy nadie se acuerda de estas mujeres humanitarias.
Publicado en Ideal en Clase
Isidro G.Cigüenza. ¡Buen artículo, sí señor! Rescatar la memoria y hechos de personas admirables es un ejercicio casi olvidado. Sucede a menudo que preferimos seguir la vida y hazañas de facinerosos y charlatanes que el modélico rastro de la gente buena y sabía que nos precedió. Y lo más grave es que, precisamente en Educación, estas perniciosas maneras y este olvido se dan harto frecuentemente con la gente sencilla de nuestros pueblos y barrios. Gracias por su tiempo y saber, sin Leandro.
ResponderEliminarLeandro. Gracias por su comentario, don Isidro. Estas personas sencillas y humildes y su buen hacer son buenos ejemplos para los niños de las escuelas
Roberto. Balboa. Querido amigo Leandro: Me vas a perdonar que centre más mi respuesta en nuestro querido juez Calatayud que en “el juez de chocolate”, sin menoscabo de este último, por supuesto. No sé si sigue ejerciendo o se ha jubilado ya, pero lo que ha dejado sembrado, además de corregir y reeducar a muchos, puede que haya abierto los ojos a otros; pero mejor vamos a ver algunas de sus célebres sentencias, basadas principalmente en la educación y el trabajo social, en vez de en la privación de libertad.
• Impartir 100 horas de clases de informática a estudiantes a un joven que había jaqueado varias empresas granadinas provocando daños por 2.000 €.
• 100 horas de servicio a la comunidad patrullando junto a un policía local por haber conducido temerariamente y sin licencia.
• 50 horas dibujando un cómic de 15 páginas, en el que cuenta la causa por la que le condenaban.
• Visitas a la planta de traumatología de Granada por conducir un ciclomotor sin seguro de circulación.
• Para un joven que circulaba borracho, visitar durante un día entero a parapléjicos, hablar con ellos y sus familias para elaborar más tarde una redacción.
• Trabajar con los bomberos por haber quemado papeleras.
• Trabajar en un centro de rehabilitación por haber acosado a una anciana.
• 200 horas en una tienda de juguetes por haber robado ropa.
Hablamos de gente extraordinaria que han sido referentes en sus trabajos y que han contribuido en gran manera a mejorar nuestra sociedad… que falta nos hace. Ojalá hubiera más gente así. Un abrazo como yo de grande.
Estimado amigo, Roberto. Te contesté ayer a tu comentario, pero al final se borró. Después de leer las sentencias, que enumeras, del magistrado Emilio Calatayud me acordé de la frase que viene en el prólogo de “Los miserables”, de Víctor Hugo: “El que abre la puerta de una escuela, cierra una prisión”. Él veía a diario a aquellos niños pobres y desarrapados, por las calles de Paris, que terminaban al final en la cárcel. Cuando las penas en aquellos años eran muy severas precisamente con los más miserables. De lo que se trata es de dar una oportunidad a los menores y recuperarlos para la sociedad, aunque no siempre ocurre esto con los reincidentes.
José Pinteño. En este artículo subes tu buen nivel de expresión, siempre lo haces bien, pero el lógico que unas cosas salgan mejor que otras. La redacción, las palabras
ResponderEliminarInma Vicens. Interesante articulo referido al buen hacer de un juez que es o se refleja en Emilio Calatayud.