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Una vela para el apagón |
El lunes, 28 de abril, se produjo el apagón en España, desde las 12:30 horas hasta las 2 de la madrugada, en el Área Metropolitana de Granada. A todos nos cogió de improviso y gran parte del día me lo pasé pegado al transistor, oyendo varias emisoras. Cerca de trescientas personas se quedaron encerradas en los ascensores, en la Comunidad de Madrid, mientras que en las calles de Madrid, decía el locutor, se veían ríos (mejor sería decir riadas) de ciudadanos esperando el autobús pues el metro no funcionaba por falta de luz. Muchos otros caminaban a pie para ir al trabajo o en busca de su vivienda. Una mujer hizo doce kilómetros andando para ir a recoger al hijo en la guardería, mientras que las calles estaban colapsadas por el tráfico de vehículos, lo mismo que la M-30 y la M-40, ya que los semáforos no funcionaban. En los aeropuertos se cancelaron cientos de vuelos y miles de pasajeros tuvieron que dormir tirados en el suelo, con mantas que les proporcionaron, o entre cartones. Unas 35.000 personas durmieron en las estaciones de trenes de España y la Cruz Roja les prestó la ayuda que pudo. Miles de familias comieron el almuerzo y la cena sin calentar al no tener cocina de butano, los hospitales funcionaron con grupos electrógenos mientras que cinco personas fallecieron en sus domicilios por incendios con las velas o por falta de oxígeno… Nos habíamos acostumbrado al transporte público y a nuestros vehículos para desplazarnos, pero todo estaba colapsado: las calles de las ciudades taponadas y muchos conductores desesperados abandonaron sus vehículos en las carreteras. Tampoco funcionó la red telefónica, por lo que no era posible hacer llamadas ni tener información del móvil. Sin corriente eléctrica, nuestro mundo se derrumbó como un castillo de naipes y, salvando las distancias, muchos nos acordamos de los años cuarenta y cincuenta, del tiempo de nuestros padres y abuelos, aquella época de escasez y de penurias. Precisamente, el progreso y las comodidades que disfrutamos hoy se los debemos al sacrificio y al trabajo de ellos, que levantaron a España, completamente arruinada y devastada por la guerra fratricida, que duró tres años.
Yo daba las gracias porque, cuando regresé a mi casa, un vecino me dijo que hacía un momento que se había ido la luz, de manera que la puerta abatible de la cochera tuve que subirla y bajarla con la mano. Por la tarde me acordé del Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, al que recordaron después como la tarde de los transistores, ya que Televisión Española no ofreció imágenes del suceso al estar secuestrada por los golpistas. Sólo las radios ofrecían noticias con cuentagotas, pues la información era escasa mientras que los rumores abundaban. Me acordé también de mis padres y de paso de mi infancia, en los años cincuenta. Del quinqué que mi madre tenía a mano porque la luz se iba con cierta frecuencia en el pueblo y más de una noche cenamos en la mesa camilla a la luz del quinqué. Un día estaba yo encima de una cueva y los cables de la luz pasaban por el cerro, entonces se me ocurrió tocarlos y sentí el cosquilleo en las manos de la descarga de la luz, pero entonces iba a 125 voltios. En las calles principales de Castilléjar había alguna que otra bombilla y, en el centro de la plaza, un foco pendía colgado de unos cables. La fábrica de la luz se encontraba por debajo del molino, al lado de la carretera de tierra. El agua de la acequia Descartes la utilizaba durante el día el molino para moler y por la noche iba para la fábrica. A veces la luz se iba o apenas alumbraba, entonces el encargado quitaba la broza que había taponado la rejilla de la acequia, al lado del molino, y la luz venía de nuevo al pueblo. Pero los cortes de luz se producían de vez en cuando y estábamos acostumbrados.
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Tapa de los plomos e interruptor de la cama de mis padres |
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Interruptor y enchufe, de los años cincuenta |
Recuerdo a mi padre poniendo
varios hilos de cobre a los plomos, pues a veces se rompían por la sobrecarga
de luz y tenía que cambiarlos por otros nuevos. Los plomos estaban al lado del
contador de la luz, en la pared de las escaleras que había a la entrada de la
casa. Con la ayuda de una vela, mi padre quitaba la tapa de porcelana de los
plomos, donde estaban los hilos de cobre enrollados en los cuatro tornillos
(dos en un lado y dos en el otro). Quitaba con un destornillador los que estaban
rotos por la sobrecarga y ponía hilos nuevos. En cada habitación de la casa había
una bombilla de luz y otras dos en las escaleras y en la entrada. Por Radio Murcia o Radio Jaén (las radios de Granada no llegaban al
noreste de la provincia y siempre estuvo abandonada de la mano de Dios) escuchábamos el programa de la mañana Protagonistas nosotros y el parte de las tres de la tarde, como decía mi padre (las noticias), que se
anunciaba con una especie de música militar, como si fuera al trote. El nombre venía de los partes de guerra que solían dar por la tarde los bandos
enfrentados, durante la Guerra Civil, dando las novedades en el frente. Las radios de válvulas de entonces tenían
una lámpara en el interior y, cuando se fundía, se cambiaba por otra por lo
que apenas tenían averías. Como entonces no había frigoríficos, el consumo de
luz en las viviendas era escaso. Mis abuelos entonces vivían en una cueva y, a
pesar de que tenían tierras, se
alumbraban con un candil pues la luz,
el teléfono (había cinco o seis en Castilléjar) y el agua corriente llegaron al
medio rural en los años sesenta, pero a las aldeas llegaron años más tarde.
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Radio antigua de válvulas |
El día del apagón me acordé también de las
guerras de Gaza y de Ucrania, allí
miles de hombres, mujeres, niños y ancianos están sin luz, sin alimentos, entre
las ruinas y temiendo los bombardeos, mientras que a nosotros no nos
afectan sus desgracias ni los muertos a causa de la guerra. Hace precisamente
unos días, hablando del apagón con unos amigos, les comentaba esta anécdota que
Ángel Ganivet escribió en Granada la Bella (1896), pues desconfiaba
de los nuevos inventos: El antiguo hogar
no estaba constituido solamente por la familia, sino también por el brasero y
el velón o candil, que con su calor escaso y su luz débil obligaban a las
personas a aproximarse y a formar un núcleo común. Poned un foco eléctrico y
una estufa que ilumine y caliente toda una habitación por igual, y habréis dado
el primer paso para la disolución de la familia. Imaginen los estragos que han hecho la televisión y el teléfono móvil
en las relaciones con la familia y con la sociedad, aunque también nos han
acercado más. Un locutor de radio decía en la tarde del apagón que vio a un
grupo de jóvenes que hablaban más entre ellos. Cada vez hablamos menos y
nos aislamos más, no es como antes que toda la familia pasaba las noches
alrededor de la mesa camilla o de la estufa, hablando o jugando a las cartas. Otro
detalle que observé ese día aciago fue que al ir al acostarme, sobre las doce
de la noche, las estrellas titilaban como
nunca en el firmamento, era un espectáculo en medio de la más absoluta
oscuridad mientras que los perros ladraban a lo lejos en medio de las sombras.
Pero la pregunta que muchos nos hacemos es: ¿cuándo vendrá el próximo apagón? Pa cuando venga, ya estamos vacunados,
me dice el tío Mínguez.
Artículo publicado en Ideal en Clase.
Isidro G. Cigüenza. Un artículo excelente... Dicen que, salvo casos extremos, recibir algún susto de vez en cuando no nos viene nada mal.... Por mi parte, acabo de llevar a la imprenta el título: "Conservas tradicionales en las Serranías andaluzas". Siguiéndole a usted , don Leandro....Hay que recordar..., por si las moscas....
ResponderEliminarLeandro. Vivimos muy señoritos, sí señor, y el apagón nos llevó al tiempo de nuestros padres, en que la vida era más familiar y más penosa también. Comenzaré a seguirte (nos tuteamos si te parece) en tus andanzas con la burra Molinera. Un abrazo
Inma Vicens. Me ha recordado muchas cosas de mi abuela. Lo de encender y apagar la luz. El interruptor. Buen articulo Leandro
Rocío B. A mí me gustó el día del apagón. Fue una extraña sensación, no sé por qué pero tuve la sensación de que se vivían apagones durante la guerra. Y yo no lo sabía, conecté de un modo extraño con esa época, pero es raro porque no la he vivido por eso ahora veo películas de aquella época
Leandro. A mi me conectó con mis padres y mi infancia, ellos se llevaron lo peor del siglo xx y dando gracias por no tener que llorar a los muertos. La gente no se da cuenta que en muchos países viven sin luz... De la guerra civil he leído mucho y no me interesa por las matanzas de inocentes que hubo.