La crisis de los niños, durante 1940 a 1950Las chucherías que teníamos solo las podíamos comprar
los sábados en el mercado. Venía un hombre con una gavilla de
palo dulce (en el Diccionario de la Real Academia Española viene como paloduz)
y se ponía en la esquina de la plaza a
vender un puro por una perrilla, aunque como no teníamos ese dinero le pedíamos
a nuestra madre una patata o una panocha para cambiarlas por palo dulce. Qué felices éramos mientras nos
duraba... Si alguna niña no podía conseguirlo, nos pedía una chulla y se la
dábamos con gusto porque nos gustaba compartir aunque se nos estropeara el
puro. Los niños iban por la noche al Barranco
del tío Lázaro, donde había una viña y mucho palo dulce donde coger. El
tío Lázaro, viéndolos, les tiraba piedras desde la puerta de su cueva para que
se fueran porque le destrozaban la viña. También venía de Huéscar
un hombre llamado Rubiro, con su borriquilla
vendiendo algarrobas, y todos los niños y niñas por los laeros íbamos buscando
trapos y alpargates viejos y pellejos de conejo. A cambio de esto, él nos daba dos
o tres algarrobas y nos quedábamos tan contentas. Después de aquello empezó a venir de Huéscar también Arturo. Traía
chambis a un precio alto: un real la pasta entera, tres perrillas, media pasta.
Muchas veces no podíamos probarlos por su
precio. Más adelante, por el año 1955, puso
María la Campoa un kiosquillo en la
plaza, donde también vendía chambis, agua de limón y caramelos. A
partir de allí fue cambiando la vida para los niños. Los domingos les gustaba
ponerse guapillos e irse a la plaza a jugar y comprarse algo. Por las calles iba el tío Quiquillero con una cesta colgada del
brazo, vendiendo cajas de mistos, piedras de mechero, ovillos de hilo y agujas,
a cambio de pellejos de conejo y trapos viejos. Así era la vida, teníamos menos perras que el que va a bañarse pero nos
las arreglábamos. Si nos quedábamos solas en casa, cogíamos azúcar de
nuestras madres, la tostábamos y hacíamos caramelos. Éramos muy artesanales. Usuaria C.G. Castilléjar
¿Cómo se hace el pan casero?
Desde siempre, para hacer el pan había que
hacer un largo proceso. Nuestros padres, abuelos y bisabuelos primero sembraban
el trigo más o menos por Navidad. Durante el verano se segaba y después lo
llevaban a una era y lo trillaban. Seguidamente se ablentaba y cuando estaba el trigo limpio se llevaba al molino, se
molía y ya estaba para empezar a hacer el pan. Con una artesa, unos palos y un cedazo, colocándolos en ese orden, se
cernía la harina. En ese proceso,
primero salía la harina y luego el salvado, que se utilizaba para echárselo a
los animales. La noche antes de amasar se hacía la creciente. Se mezclaba harina, agua caliente y un
poquito de sal, se hacía una pasta y se dejaba reposar esa noche. Esta masa
se utilizaba para “envolver”, es decir, se mezclaba con la masa para hacer el
pan, como veremos a continuación. Se
amasaban 2 o 3 celemines. Se echaba la harina en la artesa (se hacía como
una parada), por cada celemín de harina
se añadía un puñado de sal y otro poquito para
las ánimas benditas. Luego se le echaba la creciente, agua caliente y
se deshacía todo junto para obtener la masa final. Al terminar de hacerla, se tapaba y se dejaba fermentar aproximadamente
una hora. Mientras tanto, se encendía el horno con leña fina y se iba calentando
poco a poco. Pasada la hora, se hace el
pan y se pone en una tabla con un mantel. También se deja reposar más o menos
una hora o hasta que el pan “suba”. Antes de echar el pan en el horno, éste
se barre y las ascuas que quedan se ponen a un lado del horno para que no se
enfríe. Hecho esto, se mete el pan. Para
cocerse bien, gasta más o menos tres cuartos de hora. Cuando está cociendo y lleva unos 20 o 25 minutos se mira y se remuda, esto es, el pan de más
adentro del horno se saca y el de más afuera se mete adentro, para que se haga
por igual todo el pan. Una vez cocido,
se saca y a veces se come una coscorra con aceite, sal o azúcar. En
ocasiones se hace el pan dormío, que
es el mismo proceso, pero en vez de dejar reposar la masa final una hora, se
lavan las manos y continúan el proceso. Actualmente
hay muy poca gente que amasa. Usuaria C.G. de Castilléjar
La Santa Cruz Misionera
La Cruz es una tradición muy antigua, de mucho antes
de la guerra, aunque durante ésta se rompió. La
pusieron unos misioneros que vinieron a ayudar y nos dejaron su testimonio con
este regalo tan hermoso, de ahí su nombre. La
dejaron colocada pero la rompieron después. En el año 1945, siendo párroco de Castilléjar, D. Antonio Motos Sánchez,
vinieron los Padres Redentoristas a una misión. El Padre Medina y el Padre Hueso subieron al Cerro de la Cruz y, como
no había ninguna, pusieron una nueva. En
1954, siendo párroco D. Atanasio Martínez Botía, el Viernes Santo al alba cargó
con la Cruz a cuestas, la subió y la
dejó puesta en el Cerro de la Cruz. En el año 1970, siendo párroco, D. Pedro
Molina Cano, subió al cerro, bendijo otra cruz y la dejó puesta. Creo que
es la misma que hay todavía, pues ya está muy estropeada. A continuación dijo
misa en las primeras cuevas más cercanas a la cruz, dieron un poco de refresco,
cuerva y garbanzos torraos. Entonces eran las fiestas más pobres.
Hoy, gracias a Dios, tenemos más abundancia de todo y se hacen mejores fiestas.
Gracias al Excmo. Ayuntamiento, a la Hermandad
de la Cruz y a todas las personas que colaboran se puede hacer realidad esta
fiesta.
Viva la Cruz Misionera porque,
sin cruz no hay salvación.
Victoria, tu reinarás, ¡oh, Cruz, tú
nos salvarás!
Usuaria C.G. Castilléjar
Los mayores, al colegio
Yo nací en el año 1931 y los que nacieron
cuatro o cinco años antes, u ocho o nueve después, creo que a todos, por circunstancias
de la vida nos ha tocado hacer las cosas al contrario de lo normal. Primero, cuando éramos niños no pudimos ir
al colegio porque nos cogió la Guerra Civil (1936-1939) y casi todos los
hombres estaban en el frente (27 quintas coincidieron allí, los hombres comprendidos
entre los 18 y 42 años, aproximadamente). Aquí no había más sustento que lo
que se recogía en la tierra, así que el
trabajo del campo lo tenían que hacer los pocos hombres que quedaban, los mayores
de 42 años, las mujeres y los hombres menores de 18. Los niños con 7 u 8 años ya tenían obligaciones, había que cuidar
animalillos, ayudarle a las madres o a los hermanos y, cuando tenían 13 o 14
años, ya se sentían personas mayores y responsables para el trabajo y para
todo. Después terminó la guerra, pero quedaba
la posguerra que en aquellas circunstancias era lo mismo, porque aproximadamente
hasta el año 1950 no se pudo emigrar a otros países y, a partir de ese momento,
empezó a mejorar la vida cada día más. Ahora
tenemos nuestras escuelas de adultos donde van todas las personas mayores que quieren.
Unos aprenden más, otros menos, otros recuerdan algo que se les había olvidado,
pero sobre todo nos lo pasamos muy bien relajados, allí en sociedad, muy
distraídos. También nos hemos apuntado un
grupo de mayores al Centro Guadalinfo y nos lo pasamos muy bien, aunque la
memoria está ya un poco desgastada y se nos olvidan muchos detalles con
facilidad. Pero se está muy a gusto
porque el profesor es muy amable y, aunque le preguntemos varias veces las cosas,
siempre nos las explica muy bien. Francisco
Martínez Expósito
Gracias a Félix Montejano por las fotografías
Textos
copiados de la revista CASTILLÉJAR
DIGITAL, elaborada por Luis Dengra
Felgueres, que entonces era dinamizador
del Centro Guadalinfo. Actualmente trabaja en Punto Vuela Guadalinfo.
http://www.castillejar.es/digital/datos/castillejar_digital_mayo_2009.pdf
guadalinfo.castillejar@andaluciajunta.es
Sobre La crisis
de los niños, durante 1940 a 1950, quiero añadir
que María la Campoa fue también un personaje de mi infancia, en los años cincuenta y sesenta del siglo
pasado, sin embargo no he encontrado ninguna foto de ella en su kiosko de la
Plaza del Generalísimo (yo quiero recordarla también con el carrillo de helados). Si
alguien tuviera alguna fotografía de María
la Campoa se lo agradecería, pues ella y sus chambis forman parte de la
historia de Castilléjar. Su hijo era de mi edad y lo recuerdo vagamente de
la escuela. Le apodaban el Terrible (lo que da idea de la crueldad en los motes) y era delgado,
espigado y feo. Recuerdo que los niños
íbamos a una viña que estaba cerca de la Cuesta del Baico, entrando al
pueblo y subiendo por el camino que hay a la derecha. Hacíamos estragos en el
bancal, buscando el palo dulce en la tierra y salíamos corriendo a las voces
del propietario. En el mercado del
sábado casi siempre compraba dos
reales de palo dulce, o de garbanzos torraos,
a una vieja que tenía unos capazos en el suelo, o quizás era un hombre el
del palo dulce. Y sin embargo, dentro de la escasez y la pobreza,
fuimos felices en nuestra infancia.
Sobre el pan casero, decir
que mi madre tenía una artesa en la cámara pero no recuerdo que la utilizara. Ella amasaba todos los lunes en el horno de
Vicente y, cuando falleció (no tendría los cincuenta años), Josefa se hizo
cargo. Mi madre amasaba siete panes de a quilo, uno por día, para los siete
de la familia, lo que da idea del pan que se comía entonces. ¡Niño,
come pan!, era la frase de nuestros padres en aquellos años. En el horno había
cinco o seis mujeres dándole meneos a la masa y a Josefa le hice una entrevista hace unos veinte años, junto a
otros personajes del pueblo y del Altiplano,
que salió en Ideal y la publicaré
esta Navidad.
Sobre la Cruz Misionera, como la conocemos desde hace bastantes
años, añadir que Rafael Carayol, párroco
de Galera e historiador (publicó varios libros sobre los moriscos), se hizo sacerdote por don Antonio Motos,
según confesó él mismo. Rafael Carayol falleció el 24 de diciembre de 2001 y le dediqué un artículo en Ideal
de Granada. Don Pedro Molina Cano quitó
las imágenes de santos y las columnas salomónicas (las vi hace dos años en una habitación que hay bajo el salón parroquial), que estaban junto al
sagrario, también borró las pinturas de la iglesia de Castilléjar, el caso es
que tuvo sus más y sus menos con el maestro don Miguel Lozano. Hace dos años le
pregunté a un sacerdote amigo y me confesó que don Pedro no estaba bien, lo cierto es que hizo estragos en las parroquias que estuvo. En
mi artículo Las representaciones de don
Atanasio https://blogdegarciacasanova.blogspot.com/2022/09/las-representaciones-de-don-atanasio.html,
José Correa cuenta cómo don Atanasio
cargó con la Cruz a cuestas, ya que era monaguillo entonces, y lo acompañó a
Los Evangelistas. Y Pepe Pinteño recuerda con bastantes detalles la estancia del
párroco en Castilléjar y su amistad posterior con él, hasta que falleció en
diciembre de 2020.
Finalmente, Francisco Martínez Expósito escribe Los mayores, al colegio. Cuando
comenzó la Guerra Civil tenía cinco años, hoy tiene 93 y vive en Cambrils
(Tarragona), según me han dicho. Francisco
recuerda la guerra y las penurias
que pasaron en la posguerra. En los
años cincuenta el nivel de vida fue mejorando y cuenta su paso por la Escuela de Adultos y por el Centro
Guadalinfo, donde confiesa que el
profesor es muy amable. A ver si alguien conoce el nombre de la Usuaria C.G. Castilléjar. Usuaria del Centro Guadalinfo, que escribe tres relatos de aquel tiempo. Leandro
García Casanova