lunes, 10 de agosto de 2015

INJUSTICIAS DE HACE QUINIENTOS AÑOS


Expulsión de los sefardíes





El pasado 11 de junio, el Congreso de los Diputados aprobó una ley que concede la nacionalidad española a los descendientes de los judíos, que fueron expulsados por los Reyes Católicos, en 1492, mediante el famoso Edicto de Granada. En aquella época, se planteó en Europa este dilema a los judíos: o se convertían al cristianismo, o eran expulsados. El ministro de Justicia, Rafael Catalá, afirmó que “se trata de una decisión histórica, que repara una injusticia de hace quinientos años”. La ley fue apoyada por todos los grupos políticos, pero IU criticó que se excluyeran a otros colectivos, como a los ciudadanos del Sáhara. Se calcula que podrían acogerse a la ley entre 40.000 y 90.000 judíos. La ley entrará en vigor el 1 de octubre, pero es necesario que los interesados acrediten que sus familias son originarias de España     –Sefarad, en hebreo–, y que tengan una vinculación especial con nuestro país. Además, tendrán que superar una prueba de evaluación de la lengua, costumbres y cultura española, a través del Instituto Cervantes.

Existe un precedente, el Real Decreto de 1924, que promulgó el rey Alfonso XIII, para acoger a los sefardíes que fueron víctimas del antisemitismo, tras la desaparición del Imperio Otomano, al concluir la I Guerra Mundial. Este decreto sirvió para que algunos diplomáticos españoles, del régimen de Franco, salvaran de morir a miles de judíos en los campos de concentración nazis. Uno repasa la historia y lee lo siguiente en el libro ‘La Alpujarra’, de Pedro Antonio de Alarcón: “Carlos V respetó sus derechos, pero Felipe II los oprimió y dictó una pragmática, en que les prohibía el habla, los hábitos…, de manera que se sublevaron y prefirieron morir matando”. Se refiere a los moriscos, pues ni siquiera se respetaron sus costumbres. Alarcón describe así aquel momento histórico:“La cosa marchaba. El fuego de la insurrección se había extendido, como por regueros de pólvora, por todas las serranías meridionales de España, desde Vera hasta Gibraltar, penetrando tierra adentro por la parte de Levante hasta el Marquesado del Cenet y la jurisdicción de Huéscar”. Los Reyes Católicos firmaron un tratado con el rey Boabdil ‘el Chico’ (lo apodaron así porque su reino se quedó chico), a cambio de la rendición de Granada, pero Felipe II lo incumplió.

El proceso de expulsión comenzó el 2 de noviembre de 1570. Caro Baroja menciona los pormenores de la expulsión y corrobora la información, que P. A. de Alarcón toma del historiador granadino, Luis del Mármol y Carvajal, sobre los detalles del procedimiento de la expulsión del primer grupo de moriscos de la capital, que en número de 5.500 salieron del Hospital Real de Granada. Esta es la historia que nunca nos contaron. “Cuando los 400.000 moriscos del Reino de Granada fueron internados en otras provincias de España, quedaron despoblados 400 lugares, entre ellos todos los de la Alpujarra, y, para repoblar unos y otros, vinieron 12.542 familias de Extremadura, de Galicia, de Castilla la Vieja y de los montes de León, pero, pareciendo poca aquella gente, solo se repoblaron 270 lugares…”.

En 1710, los moriscos fueron definitivamente expulsados de España. “Quedó este Reino, por la expulsión de los moriscos, tan falto de población y de gente, que muchos lugares estaban yermos, sin un solo vecino, otros con muy pocos; no había quien cultivase los campos; los árboles y viñas se perdían por falta del beneficio ordinario, y todo el trato y comercio estaba aniquilado…”, se dice en la Relación auténtica de la creación de la renta de población del Reino de Granada, de Manuel Núñez de Prado, veedor y contador de la Alhambra. Después de aprobar el Congreso una ley de reparación con los sefardíes, que fueron expulsados de España, muchos españoles nos preguntamos: ¿para cuándo piensa aprobar otra ley similar que repare también el daño causado a los moriscos expulsados? ¿Por qué unos sí y otros no? Diego Hurtado de Mendoza lo dejó escrito así en la ‘Guerra de Granada’: “Quedó la tierra despoblada y destruida, vino gente de toda España a poblarla y dábanles las haciendas de los moriscos por un pequeño tributo que pagaban cada año”. 

El veinte por ciento del vocabulario español tiene origen árabe, muchos apellidos españoles y el nombre de numerosos pueblos también son de origen árabe, aparte de que hubo muchos matrimonios entre cristianos y moriscos, pues no en vano convivieron ocho siglos en España. Miles de marroquíes, de Tetuán, Tánger y otras ciudades del norte de Marruecos, conservan esos apellidos desde el siglo XVII: Medina, Alcalde, Alférez, Alcázar, Alguacil... Ciertamente, los descendientes de los andalusíes son más numerosos que los que provienen de los sefardíes, y su nivel económico es mucho más bajo, por lo que una ley similar del Congreso provocaría un aluvión de peticiones de ciudadanía, que España no está en condiciones de soportar, pues el paro todavía es una lacra. Pero tenemos una deuda pendiente, con aquellos moriscos españoles, laboriosos y fieles –por los monumentos históricos, los regadíos y huertas, la cultura, los hombres ilustres y por tantas obras que nos dejaron–, que no podemos dejarlos en el olvido en este momento histórico. Parafraseando al ministro de Justicia, creo que estamos a tiempo de reparar la injusticia de la expulsión de los moriscos, hace ya quinientos años.

El escritor Martínez de la Rosa, en su drama Abén Humeya, describe con sentimiento el romance del moro desterrado, Abén Hamet: “Una y otra primavera,/ errando triste en la playa,/ las golondrinas veré/ dejar la costa africana,/ cruzar el mar presurosas,/ tender el vuelo a Granada,/ y el nido tal vez labrar en el techo de mi casa…”. Hubo un tiempo, en la Península, en que convivieron o coexistieron los cristianos, con los judíos y los moriscos, pero la intolerancia de la época –porque no daba para otra cosa, recordemos la limpieza de sangre– hizo imposible la convivencia.


Posdata: Guadix no podía ser ajeno a esta historia. Algunos meses después, de la conclusión de la Guerra de los Moriscos, encontrándose despoblada ya la Alpujarra, Pérez de Hita escribió: “Tuvo noticia el señor D. Juan de Austria de cómo estaba enterrado en Andarax D. Fernando de Válor, el que había sido Rey, y como había muerto cristiano, y atento a esto, mandó su Alteza que los huesos suyos fuesen llevados a Guadix a enterrar”. Se refiere a Abén Humeya.

Publicado en el semanario Wadi-as, el 1 de julio de 2015

2 comentarios:

  1. Este artículo cuyo contenido es desconocido para muchos de nosotros,sería justo que se pudiera reparar el daño infligido a aquellos que nos dejaron tan buen legado,artículos como éste nos ayudan a conocer mejor nuestra historia.

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  2. Eso es lo que he tratado al escribir el artículo, pero los españoles no hemos sido generosos ni con nuestros hijos ilustres

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