viernes, 18 de julio de 2025

EL JUEZ DE CHOCOLATE


 

Dedicado a Berta Tarifa, una albaicinera generosa


Resulta que el muchacho había robado una motocicleta y algunos vecinos lo habían visto pasar como una exhalación por las calles. Sin embargo, el juez trató de ganárselo empleando cierta dosis de filosofía: Si todo lo que haces es correr como un loco, jamás apreciarás cuán hermosa es la naturaleza, le dijo al joven alocado, mientras lo condenaba a asociarse al club local de caminantes durante un año. En otra ocasión, se le presentó el caso de una niña que había robado dulces, y el castigo no pudo ser más insólito: Cada semana, tienes que regalar una tableta de chocolate a un orfanato. Seguro que a la muchacha se le quitaron las ganas de robar chocolatinas, pero al magistrado tampoco le sentaron bien los dulces: desde entonces, en el pueblo le endilgaron el mote de el Juez de Chocolate. El caso es que, antes de cada juicio, el juez Holzschuh se preocupaba de conocer al acusado: le preguntaba sobre los libros que leía, las aficiones que tenía o las cosas que le interesaban. Y con estos datos, buscaba la manera de aplicar un correctivo adecuado al delito que había cometido. Lejos del rigor del frío código.

A un aprendiz de panadero, que robó una pequeña suma de dinero a su patrón, lo condenó a preparar una buena hornada de buñuelos de Pascua, para los niños del hospital. ¡Hala! Otro joven de 17 años, que estaba empleado en un periódico, fue arrestado por perturbar el orden en una manifestación del Partido Comunista. Esta vez el juez le impuso leer un libro cada mes, así como a enviarle un resumen del mismo. A otros dos amiguetes, que robaron sendas motocicletas, los obligó a suscribirse durante un año a una revista especial para penados. Y cada mes debían de llevarlas a la prisión de Darmstadt: Cada vez que vayáis a la cárcel, pensad en lo terrible que sería si aquellas puertas se cerraran detrás de vosotros, les advirtió a los chavales. Con estas sabias sentencias logró reducir la delincuencia juvenil en un 40%, por lo que los alemanes más respetuosos le aplicaron el título de Salomón de Darmstadt. Sin embargo, esta es la única descripción que nos ha quedado de él: El juez de Distrito, Karl Holzschuh, es un hombre bondadoso, de 47 años de edad, con una orla de pelo rubio alrededor de la cabeza calva.  

Pero 70 años después de estas sentencias humanitarias, la Justicia sigue adoleciendo de los mismos defectos. Personas que cometen un delito, de homicidio, lesiones, narcotráfico… y al poco tiempo el juez correspondiente los pone en libertad. Se cuenta el caso de un juez africano, que tenía la fea costumbre de preguntarle siempre a los acusados: Y tú, ¿de quién eres hijo? Y cuando respondían a sus preguntas, el juez del poblado abría el cajón de su mesa donde aseguran que guardaba dos varas de medir. Las mismas que ya denunciaba en el siglo XV, el filósofo Tomás Moro, amigo de Erasmo de Rotterdam, en su novela Utopía. Recuerdo a aquel juez pequeño, Luis Lerga, que juzgó al empresario Ruiz-Mateos por el caso Rumasa. Corría el año de 1982 y el ex presidente Adolfo Suárez (falleció hace unos años) andaba entre su nuevo partido el CDS, su bufete de abogado y unos marcadores electrónicos que trajo para el Mundial de Fútbol de España. Pero un día, el juez Lerga lo saludó en la calle y de paso le recordó: Cuando uno ha sido presidente de Gobierno, forma ya parte de la historia de España y debe de dejarse de ciertos negocios. Suárez no se esperaba aquella andanada, pero le dijo al juez que tenía un partido político y necesitaba sacarlo adelante... Hay que recordar que el magistrado del Juzgado de Menores, de Granada, Emilio Calatayud, es conocido porque sus sentencias también se basan en los trabajos sociales y en la educación.

Uno se ha enterado de la misericordia del juez de Distrito alemán, Karl Holzschuh, porque Bertahija de Rafael Tarifa, que tenía una librería de viejo en la calle Elvira, adonde acudía cargado de libros en su bicicleta la Camiona, en los años ochenta –, me regaló unas revistas de Selecciones del Reader’s Digest, del año 1954, y estos días de verano las he hojeado por encima. Como homenaje y reconocimiento a la labor humanitaria del citado juez y a su buen hacer –impartía una justicia con rostro humano, precisamente en aquellos tiempos de la posguerra, donde sólo cabía la represión–ha quedado el testimonio casi anónimo en una página del Reader’s. Sin embargo, no se sabe nada más del Juez de Chocolate, que hoy tendría ciento un años, pero me conformo con rescatarlo del pasado para dedicarle este humilde artículo. Con excepción de los criminales auténticos –decía este juez ejemplar–, la mayoría de los delincuentes jóvenes han sufrido un desvío y debe dárseles la oportunidad de realizar un bien, que se relacione con el mal que hicieron. Fue un adelantado de su tiempo y al leer sus frases uno no puede evitar acordarse de Concepción Arenal (1820-1893), que denunció la situación de las cárceles de hombres y mujeres (por lo que fue nombrada Visitadora de Prisiones), la miseria en las casas de salud o la mendicidad y la condición de la mujer en el siglo XIX. Así como de la abogada y política,  Victoria Kent, que fue directora general de Prisiones, durante la II República, y que falleció en el exilio. Hoy nadie se acuerda de estas mujeres humanitarias.

Publicado en Ideal en Clase

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viernes, 11 de julio de 2025

EL CAMINO DE SANTIAGO PORTUGUÉS

Junto al Pontesampaio, de Arcade. Rafa Bertos

 

Del 29 de junio al 4 de julio, hicimos el Camino de Santiago Portugués, que discurre por Galicia, de unos cincuenta km aproximadamente, en cuatro etapas, organizado por una agencia de viajes. Fuimos unas cincuenta personas, de las provincias de Málaga y Granada. Mi esposa y yo habíamos estado entrenando casi a diario para poder aguantar el recorrido, sin embargo, estábamos arrepentidos porque no habíamos caído en la cuenta de las altas temperaturas de julio. El viaje en autocar desde Granada a Galicia duró unas quince horas, dos más desde Málaga, por lo que llegamos al hotel de Sanxenxo sobre las tres de la tarde.

El 30 de junio comenzamos el camino en la ciudad de Arcade, donde el grupo se hizo una foto junto al puente romano sobre el río Verdugo, bastante parecido al puente romano de Granada. Le llaman el Pontesampaio y aquí se libró una batalla, donde los españoles derrotaron a los franceses en la Guerra de la Independencia. Por el camino vamos encontrando los típicos hórreos, junto a las casas de campo, construcciones de uso agrícola destinadas a secar, curar y guardar el maíz y otros cereales antes de desgranarlos y molerlos. La cruz en los hórreos de Galicia y otras regiones del norte de España tiene un significado protector y simbólico, relacionado con la fe cristiana y la protección de las cosechas. Unos kilómetros más adelante no podían faltar en el Camino a Santiago los exvotos, colgados de unos palos: ofrendas que los peregrinos realizan en muestra de agradecimiento a Dios, a la Virgen o algún santo, por los favores recibidos y que  pueden estar relacionados con la salud o con cualquier otra necesidad.  Durante el recorrido pasamos por la capilla (a capella) de santa Marta, cruzamos el bosque con mucha vegetación, de helechos y alcornoques, que nos protegían del calor del sol, hasta que llegamos a Pontevedra. Aquí visitamos la iglesia de la Virgen Peregrina y después nos desperdigamos por los bares del centro para reponer fuerzas, pues habíamos andado unos catorce kilómetros y se notaba el cansancio. Por la tarde visitamos la iglesia de San Benito, en Cambados, y otra iglesia en ruinas unida al cementerio. Hasta finales del siglo XIX estuvieron junto a las iglesias, pero por motivos de salud pública decretaron que los camposantos estuvieran ubicados fuera de las poblaciones. Sin embargo, en los países protestantes del norte de Europa los cementerios se encuentran junto a las iglesias.  

El típico hórreo gallego. R.B.

Exvotos de los peregrinos. Leandro









El uno de julio la etapa  fue de San Amaro, donde disfrutamos de un bello recorrido por viñedos y bellos paisajes, a Caldas de Reis, conocida como la ciudad de los reyes, donde sus manantiales de agua caliente fueron aprovechados para la construcción de balnearios. Entre los peregrinos se suele decir bo caminho, buen camino, esto nos lo decía el guía Javier, al comienzo de cada etapa, y todos respondíamos ¡bo caminho! Las cruces de piedra abundan en los caminos, lo que da idea de la religiosidad de los gallegos que han sabido conservar la tradición cristiana. En el camino del Sacromonte (también llamado Montesacro), en Granada, antes de llegar a la Abadía, había numerosas cruces de piedra en el siglo XIX, que servían también para hacer el vía crucis. Hoy solo queda una cruz delante de la iglesia del Sacromonte y las tres que hay en la Abadía. Aquí está enterrado san Cecilio, patrón de Granada y uno de los siete varones apostólicos enviados por Santiago, varios de ellos sufrieron el martirio y propagaron el cristianismo en España. Sin embargo, fueron desapareciendo las cruces de las poblaciones, conforme se iba perdiendo la tradición religiosa. Estaban ubicadas en los humilladeros, lugares devotos que solían estar en las entradas o salidas de los pueblos y ciudades con alguna cruz o imagen. En Granada se conserva una cruz de piedra al lado del Hotel Luz, en la avenida de la Constitución. Por la tarde visitamos el Monasterio Mercedario de Poio, que alberga uno de los hórreos más grandes de Galicia. Más tarde, fuimos a Combarro, considerado el conjunto histórico monumental y rural más importante de Galicia.

Monasterio Mercedario del Poio, y la cruz de piedra

Playa de Sanxenxo. R.B.

El guía bautizando en un pilar
El día dos, por la tarde, varios amigos salimos a darnos una vuelta por la playa de Sanxenxo. Aquí me ocurrió una anécdota que me hubiera podido costar cara. Al comienzo del paseo marítimo saqué el móvil del bolso de mano e hice varias fotos a la playa, que estaba bastante concurrida. Pero, cuando estábamos a mitad del paseo marítimo, mi mujer me dice muy seria: Me acaban de llamar diciendo que han encontrado tu cartera, con los documentos, en el suelo, y que están esperándote en un banco, frente al bar… En unos minutos estaba allí. Eran tres jóvenes simpáticas de León, que también estaban de vacaciones en Sanxenxo: La hemos encontrado aquí, en el suelo, me dijeron. Fue entonces cuando vi el cielo, pues hay quien no devuelve la cartera y tienes que denunciar en la guardia civil, llamar al banco y anular la tarjeta, renovar los documentos (como le ocurrió a un amigo) y con el riesgo de que utilicen tu carné para falsificarlo… En fin, muchas horas perdidas en papeleos. Tuve suerte porque llevo una pegatina en la cartera con el teléfono de mi mujer: En caso de pérdida, llamad a… Una de las jóvenes me dijo: Yo voy a hacer lo mismo que tú. Les di las gracias por el favor tan grande que me hicieron y nos despedimos, después recordé que nos cruzamos con ellas por el paseo, unos minutos antes. Un vecino de Sanxenxo nos dijo que en el pueblo hay unos quinientos habitantes en el invierno mientras que en el verano pasan de sesenta mil. Esto es lo que llaman el turismo masivo, crea puestos de trabajo y deja dinero, pero hace destrozos.

En la plaza del Obradoiro, en Santiago. R.B.



Imagen del apóstol Santiago, en la Catedral
El último día, a las 9:30 horas, llegamos a la Plaza del Obradoiro donde hicimos una foto del grupo. Está rodeada por la Catedral, el Palacio de Rajoy, el Hostal de los Reyes Católicos y el Colegio de San Xerome. Su nombre, Obradoiro, deriva de los talleres de canteros que trabajaron en la construcción de la fachada de la catedral. Mientras que Santiago de Compostela significa campo de la estrella, del latín campus-stellae, porque la luz de una estrella iluminó en un campo el lugar donde estaba el sepulcro del apóstol Santiago. Después entramos en la Catedral, pero una profesora de instituto y yo nos adelantamos y fuimos a la capilla, que hay detrás del altar mayor de la Catedral, donde se encuentra la imagen del apóstol Santiago y los peregrinos pueden darle el tradicional abrazo. La profesora abrazó la imagen por detrás y yo oí unos sollozos, que continuaron durante largos segundos. Cuando vi su cara estaba completamente abatida y lloraba como quien ha perdido a un familiar. Seguidamente, puse mis manos en los hombros del apóstol Santiago –dudé unos segundos, pues lo tocan a diario miles de peregrinos–, pero me pasó como a santo Tomás y como a la profesora: se me vino el mundo encima y también comencé yo a sollozar, sin saber por qué. Fue un momento especial, yo diría que mágico, pues ambos salimos bastante impresionados de la capilla y eso que tengo mis dudas sobre la llegada de Santiago a España. En cambio, con la imagen de la Virgen de Covadonga (el papa Juan Pablo II le tenía devoción) no sentí nada especial, quizá porque no dejan tocarla. Después asistimos a la Misa del Peregrino, con cánticos religiosos, cuando hacía años que yo no iba a un acto religioso. Esperábamos que movieran el botafumeiro, pero no fue así y lo balancearán en las misas solemnes de los domingos.  Por la tarde nos llevaron a la isla de la Toja, donde visitamos la capilla de san Caralimpio –a capela de san Caralampio–, también conocida por la capilla de las vieiras, ya que la fachada se encuentra recubierta por estas conchas. Allí también se encuentra la imagen de la Virgen de la Lanzada. Por último, quiero añadir esta anécdota curiosa. En el viaje de ida me encontré con Alfonso Jiménez, un amigo de Las Gabias, en el área de servicio de Medina del Campo. Él entraba al restaurante mientras que nosotros salíamos, pues su autocar había salido de Las Gabias con destino a Asturias una hora después que el nuestro. Pero es que al regreso, nos encontramos de nuevo en el área de servicio de Arévalo, en Ávila, cuando él salía del restaurante. Su viaje duraba los mismos días que el nuestro, pero ya es demasiada casualidad con lo ancha que es España. Ha sido uno de los mejores viajes que hemos hecho, con anécdotas y todo, por los paisajes de Galicia, por la buena gente del grupo y por el guía Javier, un gaditano gracioso, que ha sido el alma del Camino de Santiago Portugués.

Capilla de San Caralimpio, en la Toja. R.B.

Copio estos párrafos de El Mundo sobre el libro Santiago en el fin del mundo (La Esfera de los Libros), de Jesús Bastante, de próxima aparición.

Pero... ¿estuvo Santiago, en vida, en España? Nadie lo sabe. Los Evangelios apuntan que uno de los apóstoles viajó "hasta los confines de la Tierra". Todos dan por hecho que fue Santiago, en torno al año 41 de nuestra era, antes de regresar a Jerusalén para ser decapitado por Herodes (…), logramos trazar un 'itinerario' del primer camino de Santiago, siglos antes del comienzo de las peregrinaciones jacobeas. Sus huellas nos permiten aventurar que el Zebedeo llegó al puerto de Carthago Nova, y de ahí a las faldas del Sacromonte donde, según la mística María Jesús de Ágreda, se le apareció en carne mortal la Virgen María para salvar al apóstol de una muerte segura (…). Desde el siglo XII (otra vez Gelmírez) las reliquias sólo se pueden contemplar a través de un sarcófago oculto bajo la estatua del Apóstol al que todo peregrino se abraza tras pasar el Pórtico de la Gloria (…). ¿Está Santiago en Compostela? Nadie lo sabe. En 1884, el Papa León XIII autentificó los restos como los del Apóstol Santiago, basándose en la tradición, y en otros restos: un hueso de la mandíbula, cedido -de nuevo, por Gelmírez-, al obispo Atón, de la diócesis italiana de Pistoya, datados en el siglo I. Jamás se hizo prueba alguna en los restos de Compostela… La Iglesia asegura que no fueron sometidos a la prueba del carbono 14.


Posdata. Mi agradecimiento a Rafa Bertos por las siete fotos para este artículo.


Publicado en Ideal en Clase

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viernes, 27 de junio de 2025

UNA VEJEZ AMARGA

Català-Roca:Jóvenes paseando por la Gran Vía de Madrid.


 Un amigo me ha contado esta historia real y yo he tratado de resumirla. 

“Hace unos meses, mi mujer y yo fuimos a visitar a una amiga octogenaria, que vive en un chalé de Jaén prácticamente sola, desde que su marido falleció hará quince años. No hace un año que tuvo una caída en el suelo, por lo que apenas podía moverse en la cama. A esto hay que añadir que le dieron también unos fuertes dolores en el estómago pero no quiso ir a hospital. Nosotros le insistimos pero no hizo caso. Días después se dio cuenta de que tenía la enfermedad del Helicobacter pylori, una bacteria que puede producir gastritis, por lo que un hijo la llevó al médico y le recetó una medicación fuerte, pero le hizo bastante daño. El caso es que, desde que fuimos a visitarla a su casa del pueblo, no hace dos años, ha envejecido mucho y apenas puede andar, aunque va con frecuencia al cuarto de baño arrastrando los pies y dando pasos cortos. Pero lo peor no es esto. Una mujer le atiende durante dos horas diarias, menos los sábados y domingos en que se queda completamente sola. En esas dos horas, la mujer le hace la comida, barre y friega, y también le trae alimentos de un supermercado. Le pone el almuerzo a las once de la mañana y come bastante bien, de esta forma no tiene que levantarse, para calentar y traer la comida a la mesa, unas horas después. Mi amiga podía pagarle algunas horas más y estaría acompañada, pero la pensión de viudedad no le alcanza y se pasa el resto del día sentada en un sillón y casi en la penumbra del comedor. Allí se queda, en medio de muebles antiguos y de recuerdos, portarretratos y fotografías de la familia, pero se duerme con frecuencia. Al anochecer cena un poco y se acuesta.

Le aconsejé que, cuando fuera al cuarto de baño, se ayudara con el bastón y que pidiera un botón de asistencia para mayores por si se caía al suelo o le daba un infarto. Pero ella no suele hacer caso de los consejos: Si el teléfono móvil lo dejas en la mesa camilla, ya me dirás como te caigas en el suelo. Le puse el ejemplo de un conocido que se cayó en el cuarto de baño del piso y lo encontraron al día siguiente, allí tirado y sin poder moverse. La amiga nos contó que la casa del pueblo quiere venderla para repartir el dinero entre sus tres hijos, como sabe que yo he comprado y vendido varias viviendas conforme me trasladaba de un sitio a otro, me preguntó por el precio que podía pedir. Eso va en función de la oferta y de la demanda, si tienes varios compradores puedes subir el precio, pero si nadie se interesa tendrás que bajarlo. Trataré de convencerla para que el dinero de la venta de la casa del pueblo lo utilice para pagar a una cuidadora y que esté más acompañada.

Los hijos están en su trabajo y con su familia, dos están fuera y el tercero almuerza con ella casi todos los días y después se va al trabajo. Por la tarde, antes de marcharnos, la amiga nos dijo que le dolía el pecho porque había hablado demasiado con nosotros, ya que pasa los días completamente sola, y varias veces nos confesó que quería morirse. En su penosa situación yo estaría moralmente hundido, de manera que me quedé impresionado: tener hijos para esto. ¿Es que no puede llevársela alguno a su casa? ¿Por qué no acuden a la trabajadora social para que le busque una mujer de compañía, durante unas horas, o que le solicite un centro de día? Casi incapacitada y en esta situación, de soledad y de debilidad, no va a vivir mucho tiempo. Si por la noche se levanta varias veces a orinar, nada de extraño tiene que le dé un mareo al levantarse de la cama, además, cada día que pase se va a sentir más débil porque al no andar las piernas van perdiendo masa muscular. ¡Con lo andarina y vitalista que siempre ha sido ella! Dos días después de visitarla tuve un sueño muy breve que casi no lo recuerdo: Yo quería echar a correr pero mis piernas apenas podían andar. Puede ser de la impresión que me llevé al verla andar y esta imagen se quedó grabada en mi subconsciente. Recuerdo que ella y su marido se perdían andando en esas sierras de dios y nosotros los acompañábamos a veces, cuando nuestros hijos eran pequeños. Después, al trasladarnos nosotros a otra provincia nos vimos menos pero nunca perdimos el contacto.

Al quedarse viuda e independizarse sus hijos, a veces salía sola al campo y recogía los envases de plástico que encontraba tirados, los metía en un saco y luego los depositaba en contenedores. Yendo con nosotros lo hizo alguna vez pero a mí me costaba trabajo comprenderla: Te puedes encontrar cualquier bicho en una botella de plástico, le decía. Pero ella es así, una amante de la naturaleza, también es espontánea, por lo que dice lo que piensa pero esto no le gusta a todo el mundo. Estando de visita en su casa del pueblo a veces nos llevó a coger cerezas ajenas. Como venga el dueño, verás, le decía yo en vano. Otro día, en un pueblo cercano de escasos habitantes, cuando acabábamos de llegar a una higuera, cuajada de higos y muchos caídos en el suelo, aparecieron a lo lejos seis o siete lugareños. Venían corriendo, dando voces y amenazándonos con que iban a llamar a la guardia civil. Pero, bueno, ¿por quién nos toman ustedes?, les dijimos. Aquellos botarates vieron a unos extraños cruzar el pueblo en un turismo y nos tomaron por bandoleros.

Nuestra amiga nació después de la guerra, en los años de la pertinaz sequía y de las cartillas de racionamiento, por eso es como el eslabón que conecta con las tradiciones, los refranes y las costumbres de nuestros padres. Su casa está llena de libros, muebles oscuros de su familia, fotos entre los cristales de los armarios y toda clase de antigüedades. Como es generosa,  siempre nos regaló algún detalle: un reloj de pared, de madera, un pequeño tonel de vino, unos colmillos de jabalíes en una panoplia... Ella me recuerda al protagonista de la película El violinista en el tejado: el lechero judío en un pueblo ucraniano que defiende siempre la tradición frente a los novios que van eligiendo sucesivamente sus tres hijas (tradición, tradición, canta una y otra vez), aunque al final triunfa el amor. Sin embargo, hoy su jardín está completamente seco (ni siquiera sale a sentarse en los sillones a contemplar la luz del día y a respirar el aire) y ya no crecen las vistosas flores de antaño, hasta el altivo pino piñonero que plantó en los años ochenta está reseco y abandonado. Después de la visita que le hicimos (nos insistió tanto para que fuéramos a verla), mi mujer y yo hemos hablado con ella por teléfono tratando de convencerla. Se me saltan las lágrimas al verte así, pues somos amigos desde hace muchos años y te apreciamos. Piensa que en unos meses no podrás levantarte del sillón, pues apenas tienes movilidad y prácticamente estás sola todo el día, le digo llevado de la confianza. Pero esta es la respuesta que me dio: No, yo estoy bien en mi casa y no necesito que me acompañe nadie… Sin embargo, le recordé: Pero si nos dijiste varias veces que querías morirte. Mira, a un matrimonio, vecino nuestro, lo recoge diariamente la ambulancia a las 8 de la mañana, lo lleva al centro de día  y lo trae a las 6 de la tarde a su casa. Y es gente que tiene dinero. También veo a diario a mayores del barrio con acompañantes, dando un paseo por las mañanas. Días después, mi mujer habló por teléfono con un hijo y consiguió convencerlo para que hablara con una trabajadora social y solicitara un centro de día o una acompañante para su madre. Pero esto suele tardar casi un año, me confesó el amigo”.

Le pregunto cómo es ella y me dice: Era una mujer campechana y alegre, nunca le faltaba una sonrisa ni un refrán en la boca. Sin embargo, los años de viuda, después la enfermedad y ahora la soledad han conseguido que vea su situación como algo natural. Ahora se encuentra postrada en un sillón, en medio de la indiferencia de unos y de otros. Por eso ha envejecido tanto y su mirada es triste, aunque podía vender la casa y vivir acompañada sus últimos días, pero me temo que hemos llegado demasiado tarde, me dijo un tanto resignado. Yo le contesté, asintiendo: No se puede dejar abandonada a su suerte a una madre, pero tú al menos has demostrado tener sentimientos.



Recuerdo que, hace varios años, un anciano viudo vivía solo en un piso mientras que una mujer le limpiaba, hacía la comida y lo sacaba a pasear. Pero cuando apenas podía moverse y estaba perdiendo la memoria, los hijos lo convencieron para que ingresara en una residencia que distaba unos kilómetros de Granada. Y poco después llegó a un acuerdo con ellos: vendieron el piso donde vivía e ingresaron el importe en una cartilla para pagarle el internamiento en caso de necesidad. Pero falleció y no hizo falta el dinero. Es evidente que la vejez es la peor etapa de la vida y cuando las personas son más vulnerables: las fuerzas merman, las enfermedades se ceban con ellos y la soledad les deprime. En esta edad están más necesitados de cuidados y requieren más ayuda de la familia, pero los hijos muchas veces no quieren saber nada a pesar de que están viendo el abandono y el estado de necesidad en que se encuentran sus padres. Estos pueden elegir entre vivir solos, con ayuda de una cuidadora, ir a un centro de día o terminar sus días en una residencia pero muchos no pueden pagarla. De cualquier forma les espera una amarga vejez. Conozco a varios abuelos octogenarios (de ambos sexos), que apenas pueden andar o que ya no salen a la calle, pero en su juventud ellas iban vestidas con faldas largas y estampadas, y con esos peinados abultados, como en la fotografía de Francesc Català-Roca, de 1952: Jóvenes señoritas paseando por la Gran Vía de Madrid. Por eso, este artículo va dedicado a las personas mayores con dificultades o que ya no pueden valerse por sí mismas y, lo que es peor, que casi nadie las defiende.

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viernes, 6 de junio de 2025

TRABAJANDO DE CAMARERO

Postal de Cambrils, años setenta

             



Hace una semana estuvimos cinco amigos durante seis días en el Circuito Cultural de Murcia (con visitas a Cartagena, Mazagón, Águilas, Caravaca…), por el Imserso, con un grupo de cincuenta granadinos de diferentes pueblos de la provincia. Granada podía hacer también un Circuito Cultural por varios pueblos de la provincia pero creo que no está por la labor. Estuvimos alojados en el mejor hotel de Águilas y al irnos le di las gracias a la encargada de recepción, por el buen servicio que habíamos recibido. Después caí en la cuenta de que me olvidé de los camareros del comedor (la mayoría eran chicas jóvenes), que no tendrían los veinte años. Como era autoservicio, se encargaban de retirar los platos de las mesas y de atendernos. Eran discretos y serviciales, de manera que escribiré una reseña del hotel destacando su amabilidad. Yo había pasado por la Comunidad de Murcia en diferentes ocasiones: en una furgoneta pirata, en 1970, para ir a trabajar de camarero a un restaurante de la bella localidad de Cambrils, en la costa de Tarragona, durante dos meses en el verano; hasta cruzarla con mi turismo, en dirección a Barcelona, doce años después. El conductor de la furgoneta hacía el viaje ilegal una vez por semana, de Castilléjar a Cataluña,  lo mismo que un autocar, lo que da idea de la fuerte emigración que hubo en las décadas de los sesenta y setenta, en la provincia de Granada y en general en Andalucía. La furgoneta salía durante la noche y echaba por Jumilla tratando de evitar a la Guardia Civil de Tráfico. Como llevaba una carga de cerezas, mi paisano Jesús y yo apenas podíamos movernos en los asientos. El conductor hizo dos paradas en bares de la carretera para descansar, hasta que llegamos a Cambrils amaneciendo. Aquí nos llevó a un restaurante con fonda, que se encontraba al lado de la carretera nacional Valencia-Barcelona, estuvo hablando con el dueño, un catalán bastante serio (nunca lo vimos sonreír), y nos quedamos a trabajar más de doce horas diarias: yo de camarero y Jesús sirviendo cafés en la barra mientras que el de la furgoneta se marchó al mercado de Cambrils, a vender las cajas de cerezas. A mí me correspondía servir a diez mesas de dos personas, la mayoría eran matrimonios franceses jubilados que no podían disfrutar de unas vacaciones en Francia, pero sí en España.

También había camioneros españoles que dormían en unas casuchas anexas al restaurante. Recuerdo a un español exiliado, que había sido soldado republicano en la Guerra Civil, como tenía la nacionalidad francesa, decía que le pagaban una parte de la pensión en francos antiguos y otra en francos nuevos. Por aquellos años gobernaba en Francia el general De Gaulle cuando se produjo el famoso Mayo Francés de 1968: la mayor revuelta estudiantil a la que se unió la mayor huelga general de trabajadores que ha padecido el país galo. Trabajando de camarero al principio me daba alguna vergüenza mirar hacia las mesas, pero esto desapareció pronto porque tenía que ponerles y quitarles platos, conforme iban comiendo, y no había tiempo para florituras. La comida empezaba a las 12:30 horas y terminábamos rendidos cerca de las cuatro de la tarde, y de nuevo a las ocho de la tarde hasta las diez y media de la noche. Aquello era no parar, entraba y salía de la cocina cargado de cinco platos en las manos, pero como el trabajo era intenso, apenas teníamos noción del tiempo. El dueño, al que yo apodé Demetrio (en venganza porque no teníamos ningún día libre), era calvo, delgado y de escasa estatura, vestía camisa blanca y pantalón negro (llevaba una servilleta que le colgaba del bolsillo del pantalón y le servía para todo) pero, cuando había mucho trabajo, lo sentía a mis espaldas metiéndome bulla: Vamos achicando, que traducido era, vamos sacando los platos vacíos. En la barra atendía también una mujer soltera catalana, algo mayor que el dueño, y convivían juntos. 


Restaurante Montserrat. Tripadvisor

La mujer del cocinero (ambos catalanes) era camarera, una morena simpática con buen tipo, le gustaba ponerse una falda corta de volantes y se movía contoneando el cuerpo. Tenía la gracia de una mujer andaluza, por lo que era un espectáculo verla salir de la cocina cimbreándose y cargada de platos. El marido era un hombre templado y agradable, pero trataba de disimular los nervios cuando veía que las miradas de los comensales se posaban en su mujer. De ayudante de cocina trabajaba una catalana soltera, de unos sesenta años, regordeta y de baja estatura pero como nosotros éramos dos pipiolos de dieciséis años, a veces nos decía con cariño, ¡fill meu! ¡fill meu! (hijo mío). Le cogimos afecto y guardo un grato recuerdo de ella, en una ocasión al abrir la cámara frigorífica la sorprendí comiendo melocotón en almíbar de una lata grande. Yo también solía abrir algún que otro botellín de cacaolat cuando estaba en el patio, como me recuerda Jesús. Había que aprovechar la ocasión para comer o beber lo que estaba reservado a los clientes, aunque tenías que hacerlo a escondidas. El restaurante se encontraba al lado del matadero de reses, de forma que desde las ventanas del comedor se veía como introducían a la res entre un laberinto de palos. En cuestión de segundos, el matador le arreaba con el mazo de madera un golpe seco en la testuz, de manera que el animal caía de bruces al suelo y luego lo arrastraban. Eso de estar comiendo y ver el espectáculo de cómo sacrificaban a los animales sin contemplaciones, a escasos metros, no era lo más apropiado para el estómago de los turistas y de los camioneros. Otro día recuerdo que, cuando quedaban pocos comensales por la tarde en el restaurante, oímos un fuerte estruendo en los servicios. Después de largos minutos de espera, se abrió la puerta y salió un español, que era cliente habitual de allí. Se ve que el hombre era bastante curioso y tenía la costumbre de subirse encima de la taza del váter, de esa forma evacuaba o hacía de vientre, que se dice de las dos formas. Hasta que la taza se rompió por el peso. Demetrio estaba enfurecido y le echó una bronca de muy señor mío, yo nunca lo había visto así con esa voz gutural. En otra ocasión un viajante llegó tarde a comer, pero el dueño donde hubiera una peseta no le hacía asco. Al final, el viajante pidió de postre melocotón en almíbar pero yo le puse melocotón con almíbar de piña. El hombre se dio cuenta del cambio y me lo dijo buenamente, pero no se quejó al jefe. Cada dos tardes, teníamos dos horas libres y aprovechábamos para irnos a la playa a bañarnos, mientras que algunas noches salimos a ligar a las discotecas de Salou. Como el baile agarrado no se me daba bien y tampoco sabía idiomas para ligar con las extranjeras, me bebía un par de cubatas y sobre las dos de la madrugada nos recogíamos en un cuchitril del jefe, donde casi no podíamos movernos: el dormitorio era un poco más grande que la litera donde dormíamos. 

Cambrils, años setenta


A veces nos encontrábamos por Cambrils a un paisano que iba de repartidor de cervezas y gaseosas en un camión pequeño. A pesar de que el trabajo era duro y se le veía cansado, él no perdía el buen humor: Noche que salgo, pichuchazo que doy. Al restaurante también iban a comer algunos catalanes y, cuando entraban, decían: Com va aixo? (¿cómo va esto?). Solían pedir ensalada de primero y filetes de ternera algo crudos, mientras que en Andalucía solíamos comer un plato único de cuchara. Recuerdo una tarde que un español le decía a un francés, convencido de que nuestra industria era mejor: Los automóviles Renault que se fabrican en Valladolid tienen la chapa más gruesa que los que se fabrican en Francia, lo que da idea de hasta dónde llegaba la estupidez. Después de dos meses de trabajo intenso, julio y agosto de 1970, el dueño me pagó cuatro mil pesetas que un día después le entregué en mano a mi padre, a la vez que encendía un cigarrillo mientras que mi madre protestaba en vano: ¡Pero, es que no ves que tu hijo está fumando…! Con el dinero de las propinas le compré a uno un tocadiscos de pilas, varios discos pequeños y el disco grande (longplay se decía entonces) del conjunto musical Fórmula V: Tengo tu amor, Cuéntame, En la fiesta de Blas y otras canciones que sonaban en aquellos días de verano. En julio de 1970 hubo una huelga de la construcción en Granada y, cuando se manifestaban en la Caleta, la policía nacional disparó y murieron tres albañiles. Un monolito recuerda el trágico suceso. He ido recordando anécdotas del restaurante (lo tenía completamente olvidado) y de los compañeros de trabajo, que eran buena gente, por eso algún día me pasaré por allí. Un conocido me dijo que el restaurante lo llevan ahora dos sobrinos de la ayudante de cocina, la que cariñosamente nos llamaba ¡fill meu!, mientras que Jesús y yo conservamos la amistad de entonces. Cambrils, en los años cincuenta, vivía de la agricultura y de la pesca, era sobre todo un pueblo marinero. Comenzó a ser destino turístico en los años sesenta y setenta, pero hoy padece un turismo masivo como tantas ciudades españolas y europeas. El turismo de masas, como lo calificaría Ortega y Gasset.


Artículo publicado en Ideal en Clase

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viernes, 23 de mayo de 2025

MI PRIMERA COMUNIÓN

 

Primeras comuniones, Castilléjar,1959. Mercedes Domínguez




Cuando hice mi primera comunión, en mayo de 1961, yo tenía ocho años. Recuerdo que unas semanas antes mi madre, Dora, me llevó a Baza y allí en una tienda me probé el traje. Aquel escaparate de maniquís con trajes de primera comunión de niños y vestidos blancos de niñas era todo un espectáculo, era lo más grande que un niño de mi edad podía observar, pues tenía mucha ilusión después de estar un año yendo al catecismo en la iglesia y preparándome para ese día. Era como un sueño.

 Entonces, Baza era para mí la ciudad más grande que había visitado, pero lo que más llamaba la atención al pasear por sus calles céntricas era el enorme zapato de cartón, que estaba colgado en la fachada de un edificio, y que anunciaba Calzados Castillo, con el sobrenombre de el Zapato Grande. Dos años antes yo había ido a Baza con mi madre a la consulta de un radiólogo, que me observó por Rayos X, pero no recuerdo ahora la enfermedad que yo tenía. De regreso al pueblo en el coche correo (así llamaban al autocar de los hermanos Simones, que salía de las cocheras de la plaza de San Francisco, un antiguo edificio que con anterioridad había sido un convento), que hacía el trayecto Baza-Castilléjar-Castril (ida y vuelta), recuerdo que me entretuve jugando con un cochecillo de plástico que me compró mi madre, del tamaño de un euro, en el cristal del autocar. Pero ahora era ya un hombrecillo y estaba ilusionado porque iba a recibir la primera comunión. El caso es que mi madre prefirió comprarme un traje blanco, cuando en aquellos años de comienzos de los sesenta los niños solían llevar trajes de marineros.

Para entender cómo el traje de primera comunión se convirtió en un clásico hay que remontarse al siglo XIX, cuando comenzó la costumbre de que los niños que fueran a comulgar por primera vez se vistieran con un traje nuevo para presentarse dignamente ante el altar, según relata el historiador Juan Eslava Galán: A principios del siglo XX se va imponiendo el traje de color blanco, símbolo de inocencia y pureza, y poco a poco la vestimenta se va complicando. Del traje de calle sin distintivo alguno se pasa a llevar un adorno con una medalla o un brazalete distintivo. Pero en 1954, Galerías Preciados anunciaba en su publicidad  los trajes de fantasía: caballeros de ilustres órdenes militares, almirante… El traje de marinero fue el que más se impuso a partir de los años 50, quizá por ser en su mayor parte de color blanco y más sencillo y accesible para todos. Costaba entre 350 pesetas y 550 pesetas en grandes almacenes, en 1954.

Doña Natalia era la maestra que daba clases en la aldea de Los Carriones y, cuando llegaba al pueblo montada en el remolque del motocarro, de un vecino suyo (ella y dos mujeres venían sentadas en sillas de anea como si tal cosa, por aquella carretera de tierra), solía acercarse a la casa de mis padres pues tenía amistad con ellos. Pero un día me cogió del brazo y me preguntó: A ver, Leandrín, ¿tú a quién vas a recibir? La pregunta me cogió de sopetón y yo no sabía a qué se refería, así que le contesté lo primero que se me vino a la cabeza. Pues, a mis padres, le dije con toda naturalidad. Entonces, doña Natalia (era de lo mejor que he conocido, un alma sencilla) me dijo: ¡No!, tú vas a recibir al Señor, cuando hagas la primera comunión. Yo me pondría colorado, como de costumbre, mientras observé la cara de decepción de mis padres. También recuerdo que en la clase de catecismo, que nos daba Ramona en los bancos de una capilla de la iglesia, había un cuadro siniestro al fondo de la pared donde los pecadores se asaban vivos en el Infierno. Sobrecogía ver sus caras descompuestas en medio de las llamas y aquellas imágenes, en la penumbra de la capilla, surtía efecto entre los penitentes que estábamos allí. Algunas tardes los niños salíamos de las escuelas en fila, en dirección a la iglesia, para ir a la clase de catecismo, entonces algunos pedíamos permiso para ir a orinar y aprovechábamos la ocasión para escaparnos por el callejón de la iglesia.


                                                 Recordatorios


                                                       


La noche de la víspera mi madre me advirtió que, después de cenar ya no podía comer hasta que comulgara al día siguiente, pasadas las doce horas. El caso es que los niños llegábamos a la misa medio mareados: de dormir mal, de tener el estómago vacío por el ayuno, de las advertencias de nuestros padres, de los nervios de unos y de otros... El caso es que alguno se mareaba con tanto trajín. En la iglesia nos colocaron a los niños en las primeras filas de los bancos, de manera que parecíamos unos angelitos con nuestros trajes y vestidos blancos, allí reunidos (los niños a un lado y las niñas a otro, como mandaban los cánones). Mientras tanto, nuestros jóvenes padres nos miraban de reojo y se sentían orgullosos de nosotros porque ya parecíamos unos niños más formales, les dábamos menos disgustos y estábamos más guapos. Seguramente, los niños cantaríamos esta canción en la larga ceremonia, que me ha venido a la mente mientras escribía estas líneas y que tantas veces he oído:

Cantemos al amor de los amores,
cantemos al Señor,
Dios está aquí, venid adoradores adoremos
a Cristo Redentor.

Gloria a Cristo Jesús,
cielos y tierra bendecid al Señor;
honor y gloria a Ti,
Rey de la gloria, amor por siempre a Ti,
Dios del amor.



En la foto de mi primera comunión llevo la cruz de Santiago, bordada a la altura del pecho, junto al crucifijo de mi madre colgado de una cadena (lo he encontrado estos días), de manera que con la guerrera abotonada y las hombreras con hilos de oro, yo parecía un caballerito de la Orden de Santiago, como el pintor Diego Velázquez, el novelista Francisco de Quevedo y tantos otros personajes célebres. En las manos tengo el misal y al fondo aparece enmarcada la foto de mis abuelos paternos. Aquel día vendí pocas estampas pues me daba corte pedir, a pesar de que siendo monaguillo pedía por el pueblo, con la hucha, en el Día del Domund. Quiero recordar que recaudé en propinas 2,50 pesetas, esto es, diez reales de entonces, lo que valía la entrada al cine. Al aperitivo que mis padres dieron en casa asistieron doña Natalia y el maestro don Emilio Carmona, y las vecinas Nati e Isidora. Hace unos meses, mi paisana Dorita me envió esta copia de la estampa de mi primera comunión: La encontré en el misal de mi madre, me dijo. Seguramente tu madre me compró una estampa y la guardó, le respondí, agradeciéndole el detalle. Al año siguiente, a mi madre se le ocurrió lavar el traje de primera comunión y como es natural encogió, de manera que ya no pude ponérmelo más (yo había crecido), pero aprovechó para la primera comunión de mi hermano Carlos. Quiero tener un recuerdo para aquellos niños que celebraron la primera comunión, pero sus padres no pudieron comprarle un traje como a nosotros. 



Publicado en Ideal en Clase 

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viernes, 16 de mayo de 2025

RECUERDOS DE LA FERIA DEL LIBRO, DE 2009

 

Noticias. Feria del Libro de Granada

He encontrado estos apuntes que tenía olvidados de la Feria del Libro, de Granada, en el año 2009, por eso creo que merece la pena recordarlos porque el tiempo no pasa en vano.

“Me paso por la Feria del Libro y saludo al presidente de CajaGranada, Antonio María Claret y, sin más preámbulo, le digo que el Teatro Isidoro Maíquez –un poeta de Cartagena y paisano suyo–, no es el nombre más apropiado para el Centro Cultural Memoria de Andalucía. Antonio me explica los motivos que ya expuso en su artículo de opinión y me dice convencido que el poeta vivió en Granada los últimos días. Un nombre ideal –le replico– hubiera sido Max Estrella, el personaje de ‘Luces de bohemia’, de Valle-Inclán, donde cuenta la última noche del desdichado poeta Alejandro Sawa. Antonio María Claret tendrá sus razones pero ya me dirán ¿qué hace un poeta de Cartagena en el Centro que representa la memoria de todos los andaluces? Como lo tengo a mano, saludo a Rafael Escuredo que está sentado en la Caseta de Firmas con su libro Te estaré esperando. Le digo a modo de entradilla: No todos los días puede uno saludar al que fue el primer presidente de Andalucía. Entonces me cuenta que ya no escribe la columna en El Mundo, que eso de escribir todas las semanas un artículo ata mucho. Le informo que en la Delegación de Gobernación hay una exposición de las primeras elecciones autonómicas andaluzas, con fotos de los políticos y con las listas electorales de los partidos. ¡Cómo ha cambiado el rostro de Escuredo desde los años ochenta, cuando lo veías tan joven y con los pelos rizados!

Recuerdo aquellos comienzos de los años ochenta, con la Reforma Agraria que nunca se llevó a cabo, a pesar de la presión de los jornaleros de Sánchez Gordillo. Manuel Manaute era aquel consejero de Agricultura que parecía tener la culpa de todo (también fue alcalde de El Arahal, pero falleció hace varios años). Recuerdo la figura ilustre del ministro de Cultura, del Gobierno de Adolfo Suárez, Manuel Clavero Arévalo, autor de la famosa frase café para todos (autonomía para todos). También al abogado granadino, que fue Defensor del Pueblo, Manuel Jiménez de Parga (ambos fallecidos), y de tantos otros políticos a quienes tanto debemos.

Feria del Libro de 2019. Granada Digital


En las casetas de la Feria del Libro saludo también al pintor David Zaafra, que firma su libro ilustrado Leyendas de Nueva York, al Defensor del Ciudadano, Melchor Sáinz-Pardo, y al periodista de Ideal, Enrique Seijas. Por la tarde llamé por teléfono a Jesús Valenzuela y me respondió como siempre: ¡Hombre, compañero! Y es que ambos estudiamos el bachiller en el Seminario de Guadix. Luego me pasé por el Bar Las Tapas de Valenzuela y ya me contó que está intentando localizar a los que pasamos por el Seminario en los años sesenta para reunirnos y celebrarlo. Me recuerda a muchos compañeros, varias veces descuelga de la cornisa del bar una foto, donde aparecemos los seis cursos del bachiller con los curas, y se la enseña a varios conocidos que están tomando copas en el bar, y hasta llama por teléfono a un cullarense que está en Melilla de juez. Cuando hablo con éste, me recuerda que hace cuarenta y tantos años que no nos vemos. ¡Qué barbaridad! Jesús Valenzuela está nostálgico, pero yo no me doy cuenta en esos momentos. Hablamos de los jesuitas de Guadix, algunos han muerto ya y otros tienen ochenta y tantos años. El internado en el Seminario era bastante duro pero a casi todos nos sirvió para sacar una carrera, pues entonces era el más barato al estar subvencionado por el Estado. Jesús Valenzuela siente también nostalgia de la política y le aconsejo que no vuelva, pues no merece la pena, pero tiene el gusanillo royéndole las tripas. La política le ha dado más de una corná y ya vemos cómo los va dejando tirados en las cunetas. Me despido de este guerrillero de pelo arisco y sonrisa afable, y quedamos en ir localizando al personal para reunirnos. Le conté esta anécdota, de cuando estaba de concejal de Cultura y Deporte: Un día le dije al alcalde José Moratalla, ‘a ver si tratas bien a Jesús Valenzuela, pues estuvimos estudiando juntos…’. No recuerdo cuál fue su respuesta, pero sí que me puso la mano en el hombro. Noto que nos vamos haciendo viejos a pasos largos mientras que en la cornisa del bar también tiene prendidos sus recuerdos de la política”.

David Zaafra, Melchor Sáinz-Pardo y Enrique Seijas fallecieron hace varios años. En octubre de 2016, unos sesenta exseminaristas conseguimos reunirnos en Guadix, sin embargo Jesús Valenzuela falleció en 2018. Y de los padres jesuitas que tuvimos en el Seminario de Guadix, solo viven los más jóvenes. Los años pasan rápidamente, casi sin darnos cuenta, mientras que van desapareciendo de la escena amigos y conocidos. Nadie podía pensar que compañeros de mi edad iban a fallecer en unos años, por eso al final solo nos quedan los recuerdos marchitos y la mirada nostálgica.

 Publicado en Ideal en Clase

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