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Leovigildo y la Catedral de Guadix |
Ha sido un ejemplo para todos nosotros
Ayer,
Leovigildo Gómez Amézcua (Benalúa, 1932) se cayó en la residencia donde se encontraba internado, lo llevaron
al hospital de Guadix, donde comprobaron que tenía un derrame interior y ha fallecido
esta mañana, a la edad de noventa años. Conocí a Leovigildo en 1968, cuando fue
nombrado rector del Seminario de Guadix,
pero al año siguiente me trasladé a la Casa
Madre del Ave María, en Granada, para cursar quinto de bachiller. Apenas lo
conocí y en 1969 los jesuitas fueron sustituidos por sacerdotes diocesanos, que
se hicieron cargo del Seminario. En estos últimos años ha sido cuando he tratado
más a Leovigildo y he descubierto su
vida sencilla, callada y humilde, así como sus buenas obras. En 2012, escribió
la biografía Rafael Álvarez Lara, obispo
de Guadix y Mallorca. Un hombre de Dios. Cuando el obispo se marchó a
Mallorca, Leovigildo lo acompañó como
su secretario personal: Era bondadoso,
inteligente, humano, religioso, fundó
el Patronato del Sagrado Corazón (que sigue hoy día) y dio trabajo a centenares
de personas durante muchos años, en el Polígono de La Espartera,
haciendo alfombras de esparto. Está enterrado en un convento, en Jerez de la
Frontera. Elevó el nivel de vida y la decencia en Guadix. Leovigildo también me habló de las obras del obispo que, según Gerald Brenan, creó más puestos de trabajo que cualquier otra
institución de Guadix, en la posguerra (pero Guadix se olvidó completamente de Rafael Álvarez Lara). El antiguo rector también
publicó, en 2020, el libro Obispos
accitanos del siglo XX y debo señalar que ambos somos miembros del Centro de Estudios Pedro Suárez, de Guadix, donde se fue fraguando nuestra amistad.
El
13 de junio de 2020 voy a Zújar, junto a un antiguo amigo del
Seminario, José María Laguna, a la
casa del sacerdote jubilado, Salvador
Olivares, que es amigo y eterno
compañero de Leovigildo, para que me cuente cosas de él.
–Nos
conocimos en 1947, cuando yo estaba haciendo Preparatoria en el Seminario
mientras que Leovigildo
cursaba quinto de Bachiller. Años
después, estuvimos juntos en el Seminario Mayor de San Torcuato, en Granada. En
1968, Leovigildo fue nombrado rector
y yo vine al año siguiente, como formador. En 1977 dejamos el Seminario, a mí
me nombran párroco en la Estación de Guadix hasta 1980, y él se viene a la
parroquia conmigo siendo vicario general de la diócesis. Me marcho un tiempo a
Roma y más tarde me nombran párroco en Moreda, pero más adelante vivimos cada
uno en pisos diferentes, en los bloques
María Ángeles, de Guadix. Recuerdo que estaba de obispo don Juan García
Santacruz, cuando el médico le dijo a Leovigildo que tenía Mal de Pot y, como
estaba muy grave, le aconsejó el internamiento en el Hospital el Neveral, de
Jaén. Y le dio dos opciones: “Tienes que estar escayolado durante seis meses, o
bien estarte quieto, sin moverte en la cama”. Leovigildo optó por lo segundo y
así estuvo casi once meses. Yo iba con frecuencia a visitarlo al Neveral. A mí me nombran párroco de Cristo
Redentor (en el Polígono de La Espartera) y, cuando Leovigildo se recupera me
sucedió en este cargo. Varios años antes había participado en la Asamblea
Diocesana, en la que participan unas siete mil personas.
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Leovigildo y Salvador Olivares |
Salvador
Olivares es un cura amable y campechano, con él no hay liturgias ni protocolo sino que te da la
confianza y dice lo que piensa:
–Leovigildo
es cercano, humilde y puntual, un trabajador incansable que lo llevaba todo
para adelante. Alguna noche llegaba tarde al piso y, como siempre, se levantaba
a las 7. Lee mucho, es bastante culto y ve poco la televisión. El teatro le
gustaba bastante, hizo algunos papeles principales de autos sacramentales, en
el Teatro Mira de Amescua, de Guadix. Creó un grupo de teatro con los
seminaristas y representaron sainetes y algunas obras de los hermanos Álvarez
Quintero. En el Seminario de Verano, de Jérez del Marquesado, se hacían
concursos al estilo del “Un, dos, tres, responda otra vez”. En la Estación de
Guadix creó el grupo de teatro Raíl, con los jóvenes, entre los años 77 y 80. A
principios de los años sesenta comenzaron los Cursillos de Cristiandad, en la
diócesis de Guadix, y en cada uno participábamos dos o tres curas. Leovigildo
participó en muchos como director espiritual y con el tiempo fue Consiliario
diocesano. Leovigildo también llevó el Movimiento Familiar Cristiano, eran
encuentros con grupos de padres para la formación humana y cristiana, así como
los cursillos prematrimoniales para la preparación al matrimonio… Por esos
años, yo organicé un coro mixto en el Instituto Pedro Antonio de Alarcón y
ensayábamos en el Hospital Real, Leovigildo
enseñó canciones en gregoriano a las voces graves del coro.
Yo conservo una foto de mi padre con los
compañeros y curas, en el Seminario de verano de Jérez, en julio de 1964, incluso
conservo el libro de cursillista que le entregaron, con las dedicatorias de los
compañeros. Salvador hace un inciso
y me enseña un libro de tamaño folio, con fotografías de las numerosas ciudades
españolas donde actuó la coral y los premios que recibió. En esos momentos, no
me di cuenta de la nostalgia de Salvador
al pasar las páginas y contemplar aquellos alegres y lejanos recuerdos. Ahora
todo son achaques, sin embargo transmite cierta alegría.
–Mira,
hay gente a la que Leovigildo ha ayudado de forma permanente, le entregaba una
parte de su sueldo, todos los meses, y nunca se ha aprovechado del cargo de
vicario para beneficiarse de algo. El piso de los bloques María Ángeles era del
sacerdote oscense Tomás Casaubón (cuando falleció lo donó a la diócesis) y
estuvo residiendo con él varios años. Entonces yo me trasladé al piso y Leovigildo
echaba mano de mí cuando tenía cualquier problema. Yo he sido fumador y me ha
aguantado siempre, nunca me dijo nada. Aquello era pequeño pero nos hemos
llevado siempre bien, es verdad, han sido muchos años juntos. Leovigildo es muy
metódico y no puede ver algo desordenado. Ahora lleva dos años internado en el
‘Hogar Santa Teresa Jornet’ y sé que no tiene nada en la cartilla.
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Leovigildo y José María Laguna, a la derecha |
El
logopeda, José María Laguna (Angustias, su mujer, es prima de Leovigildo y los tres han pasado muchas tardes jugando a las cartas), dirige en Guadix la ONG
Solidaridad Honduras y colaboró con Salvador
Olivares en la parroquia de Cristo Redentor, realizando obras de
beneficencia. José María me dijo esto:
–Leovigildo
es consecuente con sus ideas, con la vida real y con el Evangelio y ha atendido
siempre las necesidades de la gente. Estando de párroco en Albuñán, dio dinero a
una familia para que comprara alimentos y a veces los sobrinos de Leovigildo le
ayudaban porque no tenía para acabar el mes. En otra ocasión, le pagaron el
arreglo del coche porque había repartido el sueldo. Yo tuve que anularle el
pago de la cuota de la ong. Leovigildo ha sabido adaptarse a los tiempos y
estar en su sitio, es un cura de verdad.
Yo visité al ahora canónigo emérito cuando estaba en el
piso y después en la residencia, andaba entonces con las muletas por la
fractura de cadera que tuvo en diciembre de 2018. De él destacaría su ejemplo y generosidad, y me transmitió el cariño por el obispo Rafael Álvarez Lara. El artículo lo he titulado Leovigildo
porque Salvador, su compañero y
amigo de siempre, lo llama así y porque suena más cercano. Las visitas a la residencia han estado prohibidas, durante dos largos años, por los contagios, y me lo
imagino con el andador por los pasillos, cumpliéndose lo que decía el general Charles de Gaulle, la vejez es un naufragio. Hace unos seis meses, hablé con el presidente del Centro de Estudios Pedro Suárez porque los residentes no podían salir ni a los jardines, hizo algunas gestiones y por fin pudieron salir y permitieron las visitas de los familiares.
Copio un fragmento de Poemas desde el Neveral, que salió
publicado en el opúsculo Nieve y cieno, de Guadix, el 2 de enero de 2018:
En
abril de 1996 tuve que ser internado en un hospital… para curarme del llamado ‘Mal
de Pot’. Allí permanecí 11 meses en reposo absoluto. A lo largo de este período
tuve tiempo de leer, de escuchar la radio y ver la televisión. Pero también
pude escribir y de componer poesía, a la que yo sentía cierta afición desde mi
infancia. Y así, poco a poco, fui redactando hasta 20 poemas cuya temática fue
surgiendo desde la experiencia de una larga enfermedad hasta la nostalgia del
recuerdo que sentí de mi vida familiar y pastoral. Los primeros poemas fueron 5
sonetos, que reflejan los sentimientos que entonces experimenté, desde la
sorpresa hasta la aceptación.
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En el Centro Diocesano de Benalúa |
Soneto
2. La duda
¿Por
qué, Señor, me has elegido
para
llevar la cruz de esta dolencia
y
meter en mi vida una experiencia
que,
confieso, jamás había sentido?
¿Qué
culpa cometí que ha merecido
esta
dura y amarga penitencia?
¿Qué
lesión he causado en mi conciencia
hasta
el extremo de sufrir tu olvido?
–No
es castigo, no. Tú me has contestado,
lo
que sufres y sientes, hijo mío.
Es
señal de lo mucho que te he amado,
pues
quiero hacerte ver que yo me fío
de
quien toma la cruz que yo he tomado
y
abraza como suyo lo que es mío.
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Con los exseminaristas de Guadix, 19-10-2016 |
Posdata: él me pidió que lo llamara Leovigildo. El 5 de julio de 2021, lo llamo a la residencia y me
dice: Yo tengo 89 años y me queda poco de
vida. Hace poco tuve una caída en la habitación y estoy bastante condolido,
aunque no tengo fractura me condiciona los movimientos. En noviembre me
escribe un correo con este texto: El
tiempo que me queda de vida espero que sea para ayudar a los demás. Guadix,
sin olvidar su pueblo natal de Benalúa, se queda sin uno de sus mejores hijos y,
para los antiguos seminaristas, fue uno de los mejores sacerdotes que pasaron
por el Seminario. Descanse en paz.
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Miembros del CEPS, en Huéneja. 15/10/15 |
Antonio García Gómez
Ayer, 13 de noviembre, me acerqué al tanatorio del ‘Hogar Santa Teresa Jornet’, poco después
de las 9:30 horas, y allí estaban cuatro
sobrinos velando el cadáver de Leovigildo.
No había nadie más. Me dicen que mi nombre les suena porque se lo han oído a su
tío. Su sobrino Antonio García Gómez
se dedica a la enseñanza y me explica que el difunto era el último que vivía de
los seis hermanos, mientras que ellos son dieciséis sobrinos. Nos sentamos en
el sofá y me va contando:
Fue el único sacerdote
que atendió a los tuberculosos en el Hospital Real de la Caridad y aquí fue
donde cogió la tuberculosis. Cuando tenía el Mal de Pot, se vino a mi casa y el caso es que no paraban de venir visitas, hacía reuniones, venía el obispo… Le hicieron unas pruebas y al final
se lo llevaron al Hospital el Neveral, de Jaén hasta que se recuperó. Poco antes de irse de Guadix, el obispo Gabino Díaz Merchán (falleció
hace unos meses) le dijo a mi tío: ’Tú serás nombrado obispo dentro de poco’. El caso es que los años
pasaron, pero Antonio coincide
conmigo en que le faltó ambición, pues era humilde, generoso y vivía entregado
a los demás. Siempre estaba trabajando, le gustaba mucho hacer teatro con los jóvenes, sobre todo en las parroquias donde estuvo. Yo soy uno de los albaceas, a
mi tío le quedan unos 3.000 euros en la cartilla, la mitad será para Manos Unidas y la otra mitad para la
ong… Este dinero es del coche que tenía, pero como lo vendió. Lo repartía todo.
Los libros de su biblioteca los ha donado a la Biblioteca de Benalúa y al Centro de Estudios Teológicos de la diócesis.
A los sobrinos nos ha dejado algunos libros y discos.
Antonio
a veces se emociona y las lágrimas empañan sus ojos:
Yo
llegaba a la residencia los domingos y le ayudaba a decir misa, hasta que prohibieron
las visitas, ni siquiera podían salir a los jardines. En la residencia ha
tenido varias caídas, hasta que le quitaron el
andador porque apenas podía moverse. También tuvo que dejar el móvil, pues le
temblaban las manos. Él protestaba y decía: ‘Pero si escribir es lo que me da
la vida, envío mis escritos por correo electrónico’. Su último artículo salió
publicado en la revista comercial Guadix
a mano, con el título Un adiós razonado, de 22 de octubre-5 de noviembre.
Y así pasaron los últimos
días de Leovigildo, casi sin poder
moverse y poder sin escribir. Poco después, mi mujer y yo nos despedimos en el
tanatorio de Antonio García Gómez y de
los cuatro sobrinos, que allí se encontraban: todos ellos hablan con orgullo de
su tío.
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Se despide de los lectores. Foto Antonio García |
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El último adiós en la Catedral. Foto Miguel Cascales |
Video
Hermanos Fossores de la Misericordia, donde aparece Leovigildo