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Mercadillo de Guadix |
El 21 de abril de
2019, Domingo de Resurrección, decidí darme una vuelta por el Mercadillo de Segunda
Mano de Guadix, para ver las antigüedades. En anteriores ocasiones, he comprado
desde una lámpara de mesita de noche, donde un vendedor de Maracena me regaló
un pequeño libro de Meditaciones, de Baltasar Gracíán, editado por Calleja, en 1899; dos platos
antiguos de bronce, con las cabezas en relieve de los Reyes Católicos y,
últimamente, un lebrillo con el sello de Fajalauza, pintado de verde y con la figura de un pájaro en el centro. Procuro
no ir al mercadillo porque siempre hay algún trasto viejo que me llama la
atención y, al final, lo compro a pesar de que no me hace falta. Ese día, un
marroquí tenía expuestos en el suelo algunos utensilios y pequeños montones de
libros usados. Me llamaron la atención dos folios de un bloc, tamaño cuartilla,
que estaban doblados y escritos a bolígrafo. Cuando leí la palabra “mamá”, al
momento pensé que era una carta. Introduje los folios entre las páginas del
libro “Lágrimas y sonrisas”, del
escritor indio Khalil Gibran, y le pregunté al niño marroquí que atendía: “¿Cuánto
vale este libro?”. El que podría ser su padre me dijo que dos euros, pero yo le
ofrecí uno y aceptó. Es un libro viejo al que le faltan páginas, pero era la
única forma de hacerme con aquellos folios escritos, cuya letra no podían
entender los marroquíes.
Una vez en casa, comprobé
que era una carta y la copio tal cual:
“Granada, a
29-X-2001. Mamá, hace doce días que te fuiste, hasta hoy no me he atrevido a
escribir, lo hago a la luz de una vela. ¡Ya sé que a ti no te gustaban!, pero
para mí me supone recogimiento y reflexión. No sé por dónde empezar, ¡te
necesito!, sé que puede ser egoísta mi postura, pero sé que donde tu alma esté
la siento. Mamá, por ser la mayor de tus hijos me tocó saber más de ti y por
ello me siento orgullosa, yo sé que todos te quisieron, sintieron y te amaron
pero quiero vanagloriarme de tus secretos y los míos, tus miradas y las mías se
cruzaban, tus gestos y los míos a veces se reprochaban, pero siempre nos
entendíamos. Yo sé que me hiciste responsable de mi padre y de mis hermanos
“por ser la mayor”, pero qué difícil era responsabilizarme de ellos cuando yo
veía que tú eras la más necesitada. Tú me ayudabas y protegías como a los demás
pero al final veías que quizás yo era un pelín de tu salvación. Tenía yo ocho
años cuando apurada dijiste, “Sensita, ayúdame…”. Yo como niña hice lo mínimo
que te hubiera dado en ese momento, lo que luego posteriormente intenté hacer
dentro de mis posibilidades. Te faltaba calor, porque “tú” dabas mucho, te
faltaba amor porque el tuyo era infinito, nos faltaba a nosotros valor y fe,
porque tú los suplías y aumentabas. ¡MAMÁ, TE QUIERO DONDE ESTÉS! Tú lo sabes.
Tus primeros secretos y los últimos. Tus despidos, testamentos y ayudas. Yo
sabía cuando tú necesitabas. Te fuiste, pero sigues, tu alma sigue en nosotros
y en mí, tu hija y tu nieto te adoran, tu semilla continúa en nosotros.
Cuando me fui a la Policía,
a pesar de mi ausencia, tú me animaste diciendo qué valiente eres, hija. Pero
la vida me demostró que la valiente, preciosa, madura, linda y buena fuiste tú,
Y SÓLO TÚ. Nos has dado ánimos hasta la hora de tu muerte, te has preocupado
por nosotros cuando no podías más, nos has pedido perdón por hacernos sufrir,
cuando tu cuerpo ya era un calvario, has perdonado cuando tú eras el perdón, la
bondad y el sufrimiento… Mamá, eres mi razón, mi fe, mi oración, rezaré siempre
por ti, yo sé y los demás también que Dios se ha manifestado en ti y en tu
creación. Desde ahora cada noche diré, ‘Madre mía que si estás en los cielos,
santo sé que es tu nombre y tu vida, siga en nosotros tu bondad y hágase tu
protección en nuestras vidas. Danos hoy lo que a todos dabas siempre, perdona
nuestros defectos, si los tuvimos, y no nos dejes perder nunca lo que
aprendimos de ti. Tu amor, tu fe, tu valentía, que mantuviste hasta el final. Madre
mía que estás en el cielo, tu vida llena de llagas. Mamá, no hay duda que en el
cielo estás, tus sufrimientos y heridas llegaron, hasta sufrimos contigo. Mamá,
en nombre de todos, quisiera dedicarte nuestra oración (hay tres renglones tachados
que dicen: a ti que tu fe te hizo firme, tú que nos mantuviste con tu valor
hasta el final. Dios te hizo fuerte y su fuerza). Diste amor y paz a todos,
todos te quisieron y te quieren, tuviste el calvario en tu vida pero en
silencio. Cuando agonizabas, tambores de calvario se oyeron pero tu sufrimiento
y resignación hicieron de nosotros el valor. Mamá, tu vida fue sufrimiento y
entrega, la pasión de Xto. quedó reflejada en ti, el día que tu alma se unió a
Dios sonaba un paso de saeta, desde el cielo con tu bondad infinita pide a Dios
por todos nosotros”. Este último párrafo lo escribe más deprisa y algunas palabras
son ilegibles.
Mientras leía la
carta, hubo momentos en que se me saltaron las lágrimas porque la hija se
desahoga escribiendo todo lo que lleva dentro, recordando las penurias, la
enfermedad, el sufrimiento y el inmenso cariño de su madre. Sin embargo, todavía
me pregunto cómo pudo llegar esta carta al mercadillo de Guadix y por qué extraños
caminos había llegado a las manos del vendedor marroquí. Es posible que la
autora haya fallecido también y que el hijo (como suelen hacer muchos) vendiera
sus libros, con los dos folios escondidos entre las páginas de alguno de ellos.
Yo los he encontrado de casualidad, dieciocho años después de escribirlos, pero
resulta sorprendente que no aparezcan manoseados y que estuvieran allí sueltos,
a la vista de todos, en medio de los libros, y sobre todo que nadie reparara en
ellos. Hay frases que no se entienden o que no tienen mucho sentido, pero sin
duda es una carta escrita con el corazón y con los sentimientos a flor de piel,
pues la hija la escribió doce días después de la muerte de su madre. Y también resulta
demasiado extraño que yo encontrara la carta precisamente el Domingo de
Resurrección.