jueves, 1 de noviembre de 2012

LOS EMIGRANTES

Estación de tren, de Baza. 1978



Cuando llego a mi pueblo me entran ganas de llorar, de ver un pueblo tan bonito y tan solitario. Sólo quedan ancianos, pues los hijos marcharon fuera en busca de trabajo... Quiero deciros que por muy lejos que esté nunca podré olvidaros. Así una emigrante da rienda suelta a sus sentimientos en una emotiva carta dirigida a su madre. Este otro recuerda la amarga experiencia: A mediados de mes ya no tenía dinero para comer y algunos días dormía en los bancos del parque. Añoraba más que nunca el pueblo y la casa de mis padres, a los amigos... El 26 de enero pasado se reunieron unos trescientos orcerinos en Montornés (Barcelona), con este lema: En las fiestas de San Antón todos unimos alma y corazón. Y Fernando Sánchez parecía desahogarse en la revista Alcazaba, de Orce: Podría ponerme a explicar cómo transcurrieron las fiestas, pero son tantas las emociones que sentí... Comimos dulces y bebimos mistela. Los cañamones no faltaron y tampoco los ‘vítores’ (parecidos a las carocas granadinas), ¡pero disfruté como cuando chico!

El tío Pedro nació en la pedanía de El Margen y cuenta, con cierto orgullo, que en un pueblo de Barcelona tiene un vecino que le habla en catalán, pero yo siempre le respondo en cristiano. O como aquel emigrante que, recién llegado a Salou, se había acostado a las siete de la mañana y no podía entender que la maestresa le dijera que, pasadas las doce, tienes que pagarme otro día de pensión. Son las voces desgarradas y emocionadas de los emigrantes, que te hablan del apego, de la querencia y la nostalgia hacia la patria de la infancia. Ellos, mejor que nadie –con sus escritos, anécdotas y recuerdos–, reflejan el desarraigo, porque nunca acaban de integrarse. Recuerdo aquella incesante emigración clandestina de los años sesenta, que dejaba un rastro de familias deshechas para siempre.

La miseria los echaba a paletadas en los arrabales de las ciudades industriales y, en oleadas, llegaban entonces a Cataluña, a Francia o Alemania: lo mismo que hoy hacen los magrebíes. Se embarcaban en un largo viaje en busca de trabajo y de un nuevo hogar: ¿Volverás cuando todo esto pase? Y una voz entrecortada respondía: ¡Ya le escribiré cuando llegue, madre! Un día a la semana, aprovechando la oscuridad, salía una furgoneta hacia Barcelona, en la que apenas podías moverte porque llevaba una carga de cerezas con destino al mercado de Cambrils. Después de pasarte toda la noche viajando, la claridad del alba te hería en los ojos al pasar por las costas de Tarragona, mientras un escalofrío recorría tu alma. Y, como si de ganado se tratara, la furgoneta iba descargando gente en Vallirana, Sabadell, Tarrasa…

Pero en Cataluña uno siempre tenía la sensación de estar en una tierra extraña, o mejor dicho, te sentías un extraño en una bellaterra, donde los catalanes conservan un cierto aire de tribu. A las cinco de la madrugada, se veían ya a los currantes con el bocadillo debajo del brazo por las semidesiertas calles de Sabadell, camino de aquellos infames telares. Entonces, Sabadell era un inmenso telar que tableteaba como una locomotora: ¡traca-traca-matraca!, que diría Carlos Cano. Y a las siete de la mañana, algunos paletas apuraban su cafelito y su copa de coñac antes de irse al tajo: Pues yo plego a las buitantas, noi. Pero la soga vergonzante de la emigración continúa: en el quinquenio 1991-96, el municipio de Huéscar perdió unos dos mil habitantes, por lo que uno de cada cinco oscenses tuvo que emigrar. Y en este plan, Castilléjar ha perdido la cuarta parte de su población –556 habitantes- en los últimos cuatro años. Y reseñar que los seis pueblos de la comarca del Altiplano tenían 29.464 habitantes en el 1.900; cien años después, la población había descendido a 18.346. El siglo de las grandes guerras y de la era espacial, allí solamente ha dejado atraso y pueblos envejecidos y solitarios. 


Llegada de emigrantes a Barcelona, 1961


Así como las cigüeñas regresan siempre a sus viejos nidos, los emigrantes por las fiestas del pueblo vuelven a la tierra que los vio nacerJamás en la vía yo podré olvidarte...–, a ver a la familia, a saludar a los viejos amigos de la infancia, y a contemplar de nuevo el paisaje. En sus inseparables maletas de cartón –¡Ya vienen los murcianos!, decían en Cataluña– llevaban atadas con una cuerda, nuestra habla y nuestra forma de ser y entender la vida, porque eran de los nuestros. Los hijos tuvieron que sacrificarse y emigrar a las tierras del Norte para que sus padres y hermanos pudieran salir adelante, con el dinero que ellos enviaban. Incluso hubo quienes amaron tanto a su pueblo, que prefirieron descansar aquí para siempre, donde están sus recuerdos y antepasados.

La película Las uvas de la ira, de John Ford, refleja la miseria del éxodo rural a California en los años treinta, sobre todo en el diálogo final del matrimonio de ancianos en el escacharrado camión: Tú eres la que nos das ánimos y nosotros ya no servimos para nada... ¡Nunca volveremos a tener un hogar! Y la mujer le responde: (...) No pueden acabar con nosotros, ni aplastarnos. Saldremos siempre adelante porque somos el pueblo. Algún día me gustaría ver en esta tierra un reconocimiento a los emigrados –a los sin patria–, porque creo que se merecen algo más que un sencillo homenaje.

Posdata. He leído el artículo y he sentido ganas de llorar al menos en tres ocasiones. Recuerdo que esto mismo me dijo el Guiñapo, en Galera, por aquellos días, y me preguntó que si tenía alguna fotocopia. 

 Publicado en mi novela, Diálogos en la tierra de los ríos (2003)

Publicado en Ideal en Clase


2 comentarios:

  1. Gloria Blázquez Masegosa. Hola Leandro
    Siempre me gusta leer tus artículos
    En especial los que relatas historias de nuestro pueblo. Éste en especial lo leo con cierta nostalgia porque lo llegué a vivir junto a mi familia en septiembre de 1967. Yo tenía 3 años. Mi padre ya se había instalado unos meses antes en Vallirana. Mi madre fue a dar el visto bueno, regreso y, unos días mas tarde subimos en la furgoneta de Cirilo ( creo, que ese era su nombre)y después 1 día con su noche siguiendo la ruta e ir descargando familias con sus pocos enseres, gallinas vivas, trastos etc…
    Por fin llegamos a nuestro destino
    Nada malo con contar porque mis padres se fueron con otros matrimonios amigos de el pueblo y según pasaban los meses recuerdo como mis padres abriendo camino con casa y trabajo a otros paisanos y familiares
    Fuimos muy bien acogidos todos. Había trabajo, se necesitaba mano de obra
    Yo comencé el colegio aquel curso
    Después de 45 años. Allí tengo mis mejores amigas, las del cole, algunas de ellas catalanas. seguimos siendo todos los compis del cole
    En Murcia es distinto, somos (los de fuera) y en lo peor que llevo es nuestro pueblo. La catalana y ahora, la Murciana….
    Emigrantes, sí, pero que tienen claras sus raíces. Yo sigo siendo del pueblo que me vio nacer, de mi castilléjar del alma. Siempre que he podido y puedo, necesito respirar su aire, pasear por las alamedas escuchando susurrar el río
    Necesito escuchar; cucha, qué girillo?con esas 33 revoluciónes que llevan quien decidió no cambiar la calma por el estrés del mundo
    Vivir las tradiciones, ver a mi gente, dormir en la cueva
    Mi padre descansa eternamente en su pueblo. Ya no eres Emigrante Papa
    Leandro. Buenos días, gloria. Acabo de ver tu comentario pues estoy en Fátima, Portugal, desde ayer, después de un viaje agotador con calor. Reflejas bien tu experiencia como emigrante, pues echaste los dientes en Cataluña. A Vallirana la recuerdo desde aquella furgoneta que nos llevaba, en la oscuridad y al fondo de un barranco. Yo he tratado de ponerle voces a unos y otros, pues era como transplantar personas de su tierra a una completamente extraña, para poder sobrevivir. Toda esa experiencia la compensas con tus viajes al pueblo, donde recuerdas los años de la infancia. Mis padres hace años que fallecieron y por eso me pasó poco por el pueblo. Un abrazo, porque eres de lo mejor de por allí. Sé que llevas a tu padre muy dentro

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  2. Antonio Medina. Un saludo, Leandro. En mi otro»pueblo» de Barcelona, Santi Adrià de Besós, está el museo del emigrante. Alli reconocen los sacrificios de los «de aquí», mientras que aquí todo sigue como siempre. Me da pena que muchos granainos sean precisamente los que despotrican de sus raíces, todo lo contrario que «los catalanes» a los que prefiero, sobre todo en Catalunya, porque no renuncian a lo suyo, ni desprecian lo de fuera…
    Leandro. Buenos días, Antonio. Cuanto tiempo sin contacto y en esos años falleció tu mujer. Yo estuve viviendo en San Adrián y te cuento esta anécdota. A la dueña del piso del alquiler no le entregué la llave cuando me fui, porque me haría alguna faena. El caso es que soñé varias veces que yo tenía una casa algo extraña en Cataluña, como que yo me había dejado allí algo, no sé si tendría que ver lo uno con lo otro, o como que mis recuerdos quedaron allí. Los vascos y catalanes tienen más cultura política y cultural que los andaluces. Defienden más lo suyo, sus productos, tradiciones… Esto es cosa sabida. Incluso se da el caso contrario, que ves a extremeños y andaluces que son más nacionalistas que los de allí. Pero el andaluz también es más acogedor y abierto, y los extranjeros están encantados en Andalucia
    Roberto Balboa. Querido amigo Leandro:
    Yo he tenido mucha suerte en la vida y lo máximo que tuve que emigrar durante un corto espacio de tiempo fue a Granada y a Cájar, pero ello no quita para que tus palabras despierten mi nostalgia por tantos amigos como tuvieron que emigrar a Cataluña y a otros lugares. Buscarse la vida en aquellos tiempos era una aventura constante, pues mientras terminabas o no de cuajar en un trabajo que medio te gustara y con el cual pudieras vivir, económicamente hablando, y tu alma se fuera serenando, a veces pasaban años y el recuerdo de nuestra tierra era algo constante en la vida de nuestros paisanos emigrados. Y eso que al menos en aquellos años todavía no había aparecido el fenómeno del separatismo, el que ahora sí padecen muchos de nuestros paisanos que al final consiguieron hacer su vida en aquellas tierras y hoy en día son parte de ellas.
    Esa gente que no tuvo más remedio que marchar, han hecho muy grande a nuestra tierra, y aunque hoy veamos pueblos tristones y despoblados, tenemos que estar muy orgullosos de que esa gente haya contribuido a hacer un país muy grande, nuestra querida España. Un abrazo como yo de grande.
    Leandro. Querido amigo, Roberto. Al final del artículo pido un reconocimiento a los emigrantes, pero es como si hablara en un secano, no sirve de nada. Yo he pedido que dediquen una estatua al espartero de Castilléjar, pero no ha servido de nada, hasta que ellos tengan conciencia de emigrantes y la reivindiquen. La sangría de emigrantes que hubo en Huéscar, en Castilléjar y en la comarca, la expreso en cifras, y se puede aplicar a cualquier pueblo de la provincia de Granada. Ellos enviaban las remesas de dinero a la familia o se construían una casa al regresar. Es mucho lo que les debemos por su inmenso sacrificio, así también a Cataluña, País Vasco, antes de que llegarán los nacionalistas, y los países europeos.

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